El aprendizaje y el desarrollo de las competencias
Xavier Vargas Beal, Mayo 2009
Introducción
Últimamente en las universidades
mexicanas nos hemos visto inmersos en un arduo proceso de elaboración conceptual
a propósito del diseño de nuevos planes de estudio que desarrollen en los
alumnos las competencias propias de sus carreras. Esta noción de competencia,
además, la encontramos frecuentemente articulada con otras dos: situaciones de
aprendizaje y aprendizaje significativo.
Al mismo tiempo observamos la
dificultad que no pocos de nuestros maestros expresan y muestran para
comprender y manejar las nociones antes consignadas. De ahí nuestro interés por
profundizar en el tema y compartir los hallazgos confiando en que le serán
útiles a todos aquellos actores educativos que se ven cotidianamente exigidos
por estos procesos de diseño e instrumentación curricular. Tal exigencia
creemos justifica nuestro esfuerzo.
Para la elaboración de este trabajo,
partimos de una problematización que permite poner sobre la mesa de análisis, a
propósito de las nociones antes señaladas, los supuestos de la educación
superior que nos han parecido insuficientes o falsos. De tal problematización
desprendemos una pregunta central enmarcándola en un objeto de estudio
específico. En seguida, compartimos nuestra postura epistemológico-metodológica
tanto en lo general como en lo particular, y finalmente, abordamos el cuerpo
mismo del escrito entretejiendo los conceptos fundamentales obtenidos a lo
largo de nuestra búsqueda teórica.
Problematización
Como ya lo expresamos,
problematizaremos el tema a partir de lo que creemos que constituye una nueva
exigencia educativa para el diseño y la instrumentación curricular: desarrollar
competencias y hacerlo a partir de aprendizajes significativos y situados en la
realidad.
Sobre las competencias
Lo primero que la noción de competencia nos ofrece, es una
asociación de ideas con la empresa y el trabajo, así como con la relación
directa que guardan estas nociones con el mercado. De hecho Ronald Barnett, al
tratar de establecer un marco conceptual para comprender los límites de las
competencias, hace una pregunta que es central para entender este cambio en la
educación superior: “¿Son los logros que busca el mundo del trabajo (al que
debe responder la educación superior) semejantes a los logros generales que la
educación superior desde siempre proclamó que perseguía?”[2].
Él mismo reconoce sin titubeos que “una ideología, la de la competencia académica,
está siendo desplazada por otra: la de la competencia operativa”.[3]
Ello significa, en sus propias palabras, que “el interés de la sociedad –si no
el del ámbito académico- se inclina hacia formas de conocimiento que tienen un
valor de uso en el mercado del trabajo”[4].
Barnett identifica pues estas dos tendencias, la académica y la operacional, y
afirma que ambas “reflejan mundos e intereses limitados (el mundo académico y
el mundo del trabajo)”.[5]
No extraña por tanto que “la Oficina Federal de
Estadística de Suiza en colaboración con el Departamento de Educación del
Centro Nacional de Estadísticas de la Educación de los Estados Unidos, bajo los
auspicios de la OCDE ,
conduzca una investigación que ayude a fomentar el desarrollo del marco
conceptual necesario de las competencias”.[6]
El proyecto se llama “Definición y selección de competencias: fundamentos
teóricos y conceptuales”.[7]
En este marco neoliberal de los países
del primer mundo es que categóricamente se afirma: "Parte de la razón por
la que en la actualidad la competencia se considera un asunto de tan inmensa
importancia potencial quizá sea la suposición existente en gran parte de la
literatura de que se está viviendo una época de grandes e intensos cambios
tecnológicos que están reconfigurando radicalmente los mundos socioeconómicos
en los que operan las competencias y que los ciudadanos del siglo XXI deben
adaptarse a esta nueva realidad".[8]
Y sin embargo, aun a pesar de esta
realidad insoslayable y del peso específico que tal circunstancia está teniendo
en el diseño de los nuevos planes de estudio de muchas universidades, conviene
reflexionar respecto de la diferencia fundamental que existe entre este tipo de
competitividad operativa propia del
mundo de las empresas, y la competencia
cognitiva en el ámbito propio del mundo académico al buscar, éste último,
establecer una mejor articulación entre los objetos de estudio (conocimiento
teórico) y los objetos socio-profesionales (praxis del conocimiento).
En toda competencia empresarial,
deportiva, etc., ciertamente se compite y para ello se debe ser competente,
pero hay una diferencia fundamental entre ser competente y ser competidor.
Ser competente, refiere a unas capacidades que aún siendo operativas, se
encuentran articuladas sustantivamente con distintas formas del saber; ser
competidor en cambio, refiere a un rol concreto dentro de unas relaciones
sociales de ganar-perder. El riesgo de confundir capacidades
socio-profesionales, siempre y necesariamente articuladas a determinados campos
del conocimiento, con roles socio-profesionales articulados a necesidades
empresariales de sobrevivencia en los mercados donde operan, puede conducir a
las universidades a convertirse en simples instituciones reproductoras de las
habilidades operativas que las empresas requieren para competir, amén de
promover en los alumnos el individualismo profesional bajo el falso supuesto de
que sólo siendo un buen competidor se puede ser competente.
De no acompañar el desarrollo de las
competencias con reflexiones de fondo, las universidades podrían acabar
transformando la formación que hoy se asume como una formación inteligente y ética para servir, en una
formación automatizada y eficiente para
ganar. Eduardo Arias, frente a estas realidades y en oposición al modelo
operativo empresarial, sugiere "dejar de lado la competitividad con su
subrayado laboral e individualista para desarrollar competencias que enfatizan
el aprendizaje personal y en colaboración".[9]
Aquí, Arias hace énfasis en la necesidad de tomar en cuenta el factor humano y
social al desarrollar competencias, pero nos preguntamos si no haría falta
también señalar el daño cognoscitivo que implica sacralizar universitariamente
el modelo operativo-empresarial tradicionalmente desarticulado de la reflexión
teórica que exige el verdadero conocimiento. La operación de la realidad, cualquiera que ésta sea, demanda
operaciones cognitivas más simples y menos relacionadas con la teoría que las
que nos exige la comprensión de la
realidad con toda su complejidad.
A partir de estas primeras
consideraciones, ya podemos cuestionarnos si no sería conveniente para el mundo
académico, entender y concebir la noción de competencia
en un sentido más amplio y profundo que sólo aquel que ofrece su origen
operativo y empresarial. Compartimos con otros autores humanistas, la idea de
que el desarrollo de las competencias debe incorporar la dimensión colaborativa
y humana a fin de fomentar un cierto espíritu comunitario aun en el ámbito del
trabajo y la empresa, pero sobre todo estamos preocupados por el carácter
anti-reflexivo y anti-conceptual que la noción de competencia parece estar
fomentando en el ámbito de la educación superior. ¿No queda la práctica
profesional desprovista de sentido si se le desarrolla sin análisis y reflexión
teórica? ¿No toma el mundo de la empresa un control excesivo de las operaciones socio-profesionales si se
desnudan éstas de su carácter reflexivo y
conceptual? Llevada nuestra inquietud al extremo, nos preguntamos: ¿cómo se
opera el mundo sin comprenderlo? O mejor, ¿a qué intereses
sirve una operación del mundo sin su reflexión y su comprensión? ¿No debería entonces ser considerada la competencia –por lo menos en el mundo
académico- como una noción que incluyera un diálogo de ida y vuelta entre el
objeto socio-profesional al que sirve utilitariamente y el objeto de estudio
que la provee de significado y sentido?
Las nociones mismas de capacidad y capacitación, tan reivindicadas por los teóricos de la competencia,
refieren a esquemas educativos ligados a la acción
misma y a los espacios propios de la empresa. Ésta es la razón por la que
creemos que en el mundo académico esta noción ha perdido su sentido semántico
original, es decir ”hacer a alguien capaz
de” para convertirse en un concepto que identifica los programas formativos
propios de las empresas con fines estrictamente operativos y utilitarios. Se
capacita en y para la acción misma.
En otras palabras, se capacita a un vendedor para vender ciertos productos, a
un obrero para operar determinada máquina, a un supervisor para llevar ciertos
controles, etc. Entonces, ¿cómo y por qué razones habremos de re-significar, en
el ámbito propio de la educación superior, esta noción para que tome un
significado más académico que sea el de vincular los marcos referenciales
teóricos del estudiante con la acción misma en que se ponen en juego
precisamente esos saberes? ¿Es esto posible? ¿No conspira de origen,
académicamente hablando, la noción de capacitación
contra la noción misma de educación?
¿Capacitar y educar son realmente cosas distintas? ¿Por qué? ¿En qué estriba la
diferencia que hace a los académicos alejarse de aquella para atrincherarse en
ésta, al mismo tiempo que a los empresarios alejarse de ésta para atrincherarse
en aquella? Este tipo de constructos pedagógicos, creemos, son los que deben
ser examinados y comprendidos suficientemente por profesores y funcionarios
académicos universitarios, antes de
lanzarse a modificar y operar nuevos planes de estudios fundados –a veces sólo
discursivamente- en el desarrollo de competencias.
Sobre el aprendizaje en
sí
Respecto de la noción de aprendizaje, nos damos cuenta de que en
general, cuando en el mundo cotidiano se habla de aprendizaje, se comprende la incorporación por parte del sujeto de
unos ciertos contenidos provenientes del exterior. Aun en el mundo escolar,
esta primera aproximación cotidiana no es del todo distinta de la usada por los
profesores; quizá tal definición esté algo más matizada por explicaciones
pormenorizadas, pero se acepta en el mundo académico en general la idea de que
el aprendizaje significa fundamentalmente que el estudiante incorpora a su
acervo personal unos nuevos contenidos.
Nos parece que esta comprensión de la
noción, palabras más, palabras menos, deja fuera la dinámica propia del ser
humano en tanto proceso de autoconstrucción de sí mismo. El énfasis, a propósito de los procesos de
Enseñanza-Aprendizaje, está puesto en la adquisición
de unos conocimientos, como si tales conocimientos fueran unas cosas que se atrapan y se almacenan tal
cual en la memoria para quedar luego disponibles si el sujeto las necesita. En
el mejor de los casos, se aprende algo cuando el sujeto asimila información de la realidad a determinadas estructuras en el
cerebro que luego permiten, a partir de la evocación de esa información
incorporada, comprender nuevas realidades.
Considerar los conocimientos como una
realidad construida por el propio
sujeto en el proceso mismo de aprenderla, exige, al común de los profesores
universitarios, comprender unos niveles de complejidad cognitiva que ya no
fácilmente entran en su dominio conceptual. Por lo demás, para muchos de ellos,
basta saber qué contenidos van a
enseñar y qué estrategias didácticas
deben usar para mediar mejor el
aprendizaje; bajo esta concepción educativa superficial y generalizada, si los
alumnos pueden reproducir los contenidos en los términos que el
maestro dice haberlos mediado, se da
por exitoso el proceso; poco importa la modificación estructural y por tanto
personal ocurrida en el alumno como consecuencia de esa relación educativa; eso
pertenece, en todo caso, al campo de una psicología educativa (o clínica) muy
especializada que nada tiene que ver con la educación en cuanto práctica
social. ¿En qué examen final, de prácticamente cualquier materia universitaria,
se analizan y reflexionan los cambios estructurales y personales ocurridos en
los alumnos en tanto seres humanos por encima de los contenidos programáticos?
En una clase de comunicación el
examen final contendrá preguntas a propósito de unos contenidos de comunicación vistos en clase, de ninguna
manera y en ningún caso habrá ahí pregunta alguna respecto de los cambios
ocurridos en las formas de comunicación
del alumno en tanto persona.
Ante tales consideraciones nos
preguntamos si verdaderamente el aprendizaje universitario es algo tan
absolutamente trivial que se puede observar y medir con base en unas simples
preguntas a propósito de unos contenidos cualquiera. No negamos, en absoluto,
que unos determinados conocimientos se hicieron presentes en el espacio de esa
relación de enseñanza-aprendizaje, pero sospechamos que la naturaleza del
aprendizaje, como realidad existencial humana, está aquí totalmente
trivializada. Sabemos que al aprender, el ser humano se transforma, si no fuera
así, la evolución y la civilización no se explicarían; entonces ¿por qué cuando
se habla de aprendizaje el énfasis educativo está puesto en los contenidos y en
el proceso de Enseñanza-Aprendizaje y no en la identidad personal y el proceso
de transformación del sujeto? En este sentido, nuestra sospecha va más allá de
sólo poner en cuestión la noción de mediación.
Creemos que, al aprender, el ser humano está optando por una forma concreta de apropiación de la realidad, del
mundo. Reconocemos que al aprender, el ser humano almacena determinados datos,
pero no creemos que eso constituya propiamente el aprendizaje. ¿Qué es entonces lo que realmente lo
constituye? Si es el alumno quién aprende y lo que aprende lo construye él
mismo, ¿por qué hablar de mediación?
Evidentemente el maestro actúa comunicacionalmente de una determinada manera
que según él media el proceso de
aprendizaje del alumno, ¿pero qué es
lo que media? Los conocimientos
ciertamente no, porque éstos están siendo construidos por el propio alumno.
¿Cómo hablar entonces de aprendizaje significativo y de aprendizaje situado sin antes haber
establecido la naturaleza profunda del aprendizaje como tal, en unos términos
además que develen cómo es que sucede –en virtud precisamente de este
aprendizaje- la transformación profunda del sujeto? ¿Qué no se deriva de esta
transformación profunda de la persona que aprende, precisamente, la posibilidad
de que el aprendizaje sea o no significativo?
Sobre el aprendizaje
significativo
Esta última pregunta nos lleva directo
a una nueva sospecha: ¿por qué hablar de aprendizajes
significativos como algo que hay que conseguir? ¿No es acaso todo
aprendizaje, de facto, por serlo, un aprendizaje significativo? ¿Es posible el
aprendizaje no-significativo? Algunos
autores consideran que el aprendizaje no significativo es aquel que solo es discursivo y memorístico. Aun así
sostenemos la sospecha: ¿no es el número de teléfono de una posible cita para
un adolescente un dato estrictamente discursivo que ha sido almacenado
memorísticamente, y al mismo tiempo ser un dato sumamente significativo? ¿Este
dato constituido por apenas 8 dígitos es pura información numérica? ¿Es
conocimiento? ¿De qué tipo? ¿Este dato numérico, al haber sido obtenido y
memorizado, produce en alguna medida una transformación estructural y personal
en el adolescente que nos ocupa? ¿En qué consiste pues que un dato tan simple
se convierta en un aprendizaje significativo?
Se nos ha dicho en los enfoques educativos
propios de la psicología humanista-existencial que el ser humano aprende significativamente
sólo aquello que percibe como necesario para la sobrevivencia o el desarrollo
del sí mismo, pero hay otras
corrientes teóricas propias del constructivismo que conciben el aprendizaje
significativo más bien en los términos de un aprendizaje donde los contenidos
nuevos pueden ser asimilados a los viejos, dentro, siempre, de la estructura
cognitiva del sujeto. Nos preguntamos por tanto qué relación hay entre estas
dos posturas aparentemente distintas. Si bien no hemos encontrado literatura
que las una conceptualmente, creemos que ambas tienen como eje de su reflexión
al sujeto y sus estructuras afectivo-cognitivas desde las cuales entiende y
resuelve la realidad.
Ahora bien, si aquello que da
significado al aprendizaje tiene que ver con la sobrevivencia del sujeto, con
el desarrollo del sí mismo, o con la potencialidad cognitiva de los viejos
esquemas de entendimiento que permite asimilar los nuevos, no vemos por qué
sólo la acción humana pueda abrogarse el atributo de producir aprendizaje significativo
descalificando el poder cognitivo del discurso. ¿No será que la convivencia y a
veces el sincretismo ideológico de los enfoques activos de la educación nos han
hecho olvidar la profundidad con la que el lenguaje hablado y escrito ha
permitido heredar y desarrollar, generación tras generación y a través de toda
la historia de la humanidad, un gran porcentaje de los significados que le son
relevantes al ser humano? ¿Es realmente el discurso verbal un instrumento
educativo tan inapropiado? No negamos las virtudes de la acción y del poder que
tiene para promover la construcción del conocimiento significativo al poner en
contacto directo el aparato cognitivo con los hechos mismos de la realidad,
pero abrigamos la sospecha de que esta postura, llevada al extremo, pierde de
vista otros elementos fundamentales. El discurso magisterial en el aula no nos
parece que sea en sí mismo una aberración educativa.
Sobre el aprendizaje
situado
En este sentido y quizá por las mismas
razones, cuando en las universidades se trabaja en el diseño de nuevos planes
de estudio y se incorpora a ese esfuerzo la noción de aprendizaje situado, se hace de forma muy restringida, es decir,
entendiendo por situación de aprendizaje
el ubicar los procesos mismos de enseñanza-aprendizaje de unos ciertos
contenidos <dentro> de aquellas realidades que permiten la acción y a
través de las cuales se pretende desarrollar unas determinadas competencias. La
idea educativa bastante generalizada de que el aprendizaje sólo puede
producirse en la acción y el desmesurado peso específico que se le ha otorgado
al desarrollo de las competencias como panacea de eficiencia operativa, enfocan
e iluminan la realidad misma en cuanto que es el lugar donde acontecen los
problemas que se quieren resolver, obscureciendo así, creemos nosotros, otros
aspectos fundamentales del concepto situar.
¿Qué aprendizajes y qué competencias
podría desarrollar un alumno de secundaria que teme volar en avión si se le
sitúa dentro de la cabina de un Boing 747 y se le pide que lo haga despegar y
lo lleve a 16,000 m
de altura? Sin duda, en este caso, las estrategias de aprendizaje están
situadas en una realidad problemática concreta, sin embargo no están situadas
cognoscitivamente dentro de las posibilidades reales del alumno, y ciertamente
tampoco dentro de su interés personal dado su temor a volar. Luego entonces,
parece que cuando hablamos de situar el aprendizaje, hay, además del lugar
concreto donde se puede acceder a los problemas, otras realidades de distintos
tipos que deben ser consideradas como parte fundamental de ese sitio donde se
ha de ubicar el aprendizaje. No todo sitio, cognoscitivamente hablando, es un
lugar físico y concreto, ni la acción humana es simple actividad.
Por último, nos preguntamos qué
relación guarda el aprendizaje significativo con el situado, ya que pareciera
ser que para distintos autores, al situar el aprendizaje dentro del interés del
alumno también y simultáneamente se está garantizando en alguna medida que tal
aprendizaje sea significativo.
Nos parece pues que es fundamental el
análisis y la reflexión de todos estos interrogantes que hemos venido
consignando, si deseamos realmente articular en un mismo proceso de
enseñanza-aprendizaje universitario las cuatro nociones que hemos revisado: competencia, aprendizaje, aprendizaje
significativo y aprendizaje situado.
Postura
epistemológico-metodológica
Una vez que hemos problematizado las
cuestiones que nos interesa abordar en este escrito, y antes de introducirnos
directamente en el análisis y la reflexión, creemos conveniente expresar
nuestra postura epistemológico-metodológica, el modo concreto en que procedimos
y los alcances que pretendemos con el desarrollo de este trabajo.
En primer lugar, debemos subrayar que comenzamos a analizar
y reflexionar estas nociones bajo un objetivo fundamental: construir sentido en
torno de una única pregunta: ¿Cuál es la
relación estructural entre el desarrollo de las competencias y el aprendizaje
significativo y situado?
Creemos que cualquier intento por
contestar seriamente esta pregunta, sirve al propósito de ayudar a los maestros
universitarios a conceptualizar y operar de mejores formas los procesos de enseñanza-aprendizaje
que se ven exigidos a comprender en el ámbito propio de sus respectivos
campos disciplinares.
Ahora bien, enmarcamos esta pregunta en
un objeto de estudio específico: la
construcción del conocimiento; y lo hacemos teniendo en mente un objeto
socio-profesional concreto: los procesos
de enseñanzas-aprendizaje en el nivel de la educación superior.
Ubicamos nuestro trabajo de análisis y
reflexión dentro del marco epistemológico del paradigma interpretativo, usando
los criterios propios de la metodología cualitativa, situados en específico en
el método de investigación teórica[10],
y usando como única técnica el análisis hermenéutico de los distintos textos
revisados. A riesgo de distanciarnos un tanto de la ortodoxia de la
investigación teórica pero con la intención de balancear en alguna medida el
análisis, confrontamos siempre los hallazgos conceptuales con los valores
empíricos que hemos recuperado a propósito de otras investigaciones realizadas.
Si bien esto lo hicimos a posteriori, buscamos siempre la coherencia entre los
conceptos y la práctica educativa universitaria que, por lo demás, nos es una realidad
cotidiana.
La manera en que procedimos para llegar
a este texto final, siguió seis pasos:
1) reconocimos primero la importancia que hoy día está teniendo en el
ámbito educativo superior, el desarrollo de las competencias y la búsqueda de
aprendizajes significativos y situados; 2) desarrollamos unos primeros esquemas
conceptuales para estructurar el tema de forma que nos permitiera una búsqueda
teórica ordenada; 3) hicimos una revisión de literatura a propósito de estos
primeros esquemas y nociones fundamentales, y lo hicimos ubicados en la
corriente del constructivismo cognoscitivista y socio-cultural, al mismo tiempo
que analizando estas mismas nociones en el ámbito teórico de la psicología
humanista; 4) analizamos y reflexionamos estos primeros conceptos teóricos
confrontándolos con distintas realidades educativas universitarias; 5)
elaboramos así un segundo mapa conceptual mucho más detallado y fundamentado,
intentando con ello construir una estructura consistente en teoría pero
congruente con la práctica educativa cotidiana para que ello nos permitiera
desarrollar un análisis y una reflexión conceptual profunda, al mismo tiempo
que equilibrada empíricamente; y 6) trazamos una ruta de abordaje para poder, finalmente, dar
cuenta de nuestros hallazgos en el presente trabajo.
Ahora bien, aunque tenemos la intención
de hacer una contribución conceptual al entendimiento de las nociones aquí
analizadas, debemos reconocer que el
alcance de este escrito únicamente busca presentar de manera organizada y
articulada las ideas educativo-universitarias que nos han resultado relevantes
durante nuestra reflexión en torno de los temas centrales. El escrito sin
embargo, creemos que puede ser de utilidad para quienes, en las instituciones
de educación superior, se ven exigidos a instrumentar nuevos planes de estudios
fundados en el desarrollo de competencias y en las nociones de aprendizaje
significativo y situado, pues ponemos a su disposición de forma
constitutivamente interrelacionadas las nociones antes señaladas, mismas que
creemos son fundamentales para encarar hoy día con éxito la tarea educativa
universitaria en su conjunto.
Análisis teórico y
reflexiones
En busca de una
definición de competencia
Creemos, como Perrenoud, que hoy día
“no existe una definición clara y unánime de las competencias".[11]
Ello debido a la Babel
educativa que en torno del tema se ha desatado, al mismo tiempo que a la
complejidad que supone pasar de un enfoque educativo centrado en la exposición
magisterial de conocimientos -muchas veces memorístico y enciclopédico- a un
enfoque donde los conocimientos no son sino apenas una parte del proceso.
Quizá entonces debemos comenzar por
afirmar que justo las competencias no son conocimientos. En este sentido, la
definición que el propio Perrenoud da de competencia de hecho le otorga un
valor relativo a los conocimientos: "definiré una competencia –afirma él-
como una capacidad de actuar de manera eficaz en un tipo definido de situación,
capacidad que se apoya en conocimientos, pero que no se reduce a ellos".[12]
El considera que los conocimientos “son representaciones de la realidad, que
hemos construido y recopilado de acuerdo a nuestra experiencia y a nuestra
formación"[13], y por ello establece
una diferencia sustantiva entre éstos y aquellas, ya que las competencias, para
él, sólo "utilizan, integran, movilizan conocimientos".[14]
Por otro lado, las competencias tampoco
son únicamente patrones de comportamiento operativo u organizacional
desprovistos de pensamiento y reflexión como a veces las definen determinados
modelos educativos o laborales[15]. Barnett, por
ejemplo, al hacer una crítica al NCVQ (Nacional Council for Vocational
Qualifications) que es un marco británico para la sistematización de la
educación que hace énfasis en la competencia y los resultados, señala que “el
desafío ontológico final que se puede plantear contra el planteamiento del NCVQ
es que no ofrece una explicación seria para la relación entre pensamiento y
acción. Al estar interesado en la acción y el comportamiento como tales –sigue
afirmando él-, deja de lado por completo, al menos en la vida profesional, el
modo como la acción se carga de pensamiento, de acción y comprensión”.[16]
Otros autores, aunque miran las
competencias en términos de acción, le otorgan sin embargo a los conocimientos,
los valores, las habilidades y las actitudes una importancia sustantiva como
atributos intrínsecos de tales competencias. Así, por ejemplo, “Gonczi definió
a la competencia como una serie de atributos (conocimientos, valores,
habilidades y actitudes) que se utilizan en diversas combinaciones para llevar
a cabo tareas ocupacionales”.[17]
De hecho, este mismo autor en 1994 “acuñó el enfoque de competencia integral u holístico, definiéndolo como una compleja
estructura de atributos (conocimientos, actitudes, valores y habilidades)
necesarios para el desempeño en situaciones específicas”.[18] En tal enfoque, Gonczi concibe las
competencias integrales y holísticas como una imbricada estructura
cognitivo-ocupacional que “integra y relaciona atributos y tareas, que permite
que ocurran varias acciones intencionadas simultáneas, (y) toma en cuenta el
contexto (y la cultura del lugar de trabajo) en el cual tiene lugar la acción”.[19]
El potencial de posibilidades combinatorias con que concibe Gonczi esta
estructura cognitivo-ocupacional llega a tal grado que “permite –afirma él-
incorporar la ética y los valores como elementos del desempeño competente”.[20]
De forma parecida, también Perrenoud
asume que las competencias profesionales –por ejemplo en el campo de la medicina-
son altamente complejas y exigen mucho más que unas determinadas capacidades
operativas: "Las competencias clínicas de un médico –afirma él- van mucho
más allá de una memorización segura y de recordar oportunamente las teorías
pertinentes, al menos cada vez que la situación sale de la rutina y exige
relacionar, interpretar, interpolar, inferir, inventar, en suma, realizar
operaciones mentales complejas cuya organización sólo puede construirse en la
realidad, de acuerdo a saberes y esquemas del experto así como según su visión
de la situación”.[21]
Lo mismo podría decirse de un ingeniero, de un abogado, de un arquitecto, etc.
En este mismo sentido, para Perrenoud, las competencias de un profesional o experto, “van más allá de la
interpretación operatoria, se basa en modos heurísticos o analogías propias de
su dominio, en formas de pensar intuitivas, en procedimientos de identificación
y resolución de cierto tipo de problemas, que aceleran la movilización de los
conocimientos pertinentes y su transposición y sirven de base a la
investigación y la elaboración de estrategias de acción adecuadas".[22]
Ahora bien, estas definiciones
pormenorizadas de la noción de competencia
iluminan y nos dejan ver su complejidad cognitiva. Contienen –nos parece a
nosotros- los mismos ingredientes fundamentales de la definición que un grupo
de maestros construyó durante una sesión de trabajo colaborativo. Consignamos
aquí ahora tal definición no sólo por haber sido el resultado de un esfuerzo
reflexivo y de síntesis de maestros universitarios con una amplia experiencia
cotidiana docente, sino porque contiene una formulación sencilla al mismo
tiempo que completa, misma que nos va a permitir adentrarnos, a partir de ella,
en el análisis y la reflexión de las implicaciones que supone el desarrollo de
competencias en el marco del constructivismo. Hela aquí:
“Competencia es la capacidad para
movilizar saberes en un contexto determinado, en la acción y con éxito, para
satisfacer necesidades, atender situaciones, resolver problemas, tomar
decisiones y/o lograr objetivos”.[23]
La competencia es una
capacidad
Perrenoud afirma que la competencia es
una capacidad[24],
lo que nos ha llevado a suponer que el desarrollo de las competencias tiene que
ver de manera importante con procesos de capacitación.
En este sentido, es el propio Perrenuod que nos aclara el alcance de la
cuestión cuando postula: “Una persona que capacita
no dicta muchos cursos. El coloca al alumno en las situaciones que lo obligan a
alcanzar un objetivo, resolver problemas, tomar decisiones”.[25]
Y no deja ya lugar a dudas cuando reivindica la labor educativa del capacitador: “En un trabajo centrado en
las competencias –postula él-, el problema es el que organiza los conocimientos
y no el discurso. Así, se ignora una parte de la ciencia del magíster. Sólo le
queda –sigue diciendo- reconstruir otras satisfacciones profesionales, la del capacitador, cuya pericia no consiste en
exponer saberes de manera discursiva, sino en sugerir y hacer trabajar los
vínculos entre los saberes y las situaciones concretas”.[26]
Coincidimos con Perrenoud en que es el
problema el que obliga a organizar los conocimientos pero diferimos en la
connotación peyorativa que le otorga al discurso. En este sentido recordamos la
crítica expresada por Ausubel: “pocos recursos pedagógicos de nuestro tiempo
–afirma él- han sido repudiados de una manera más inequívoca por los teóricos
educativos que el método de la enseñanza expositiva verbal. En muchos círculos
está de moda caracterizar el aprendizaje verbal como una simple recitación y
memorización de hechos aislados y rechazarlo con desdén como una reliquia
arcaica de una tradición educativa desacreditada".[27]
Él plantea, a diferencia de Perrenoud y en general de los modelos educativos
basados en el desarrollo de competencias, que el aprendizaje se encuentra
dentro de un continuo que va de la memorización a la significación y del
discurso al descubrimiento, y no bajo la exigencia de tener que optar en una
realidad educativa dicotomizada: "Tanto la dimensión memorista->significativo
–señala él- como la dimensión recepción->descubrimiento del aprendizaje
existen en un continuo en lugar de tener una naturaleza dicotómica".[28]
Ausubel funda sus afirmaciones en el análisis y la reflexión desarrollados por
él a propósito de tres graves falacias educativas:
"…con frecuencia se sostiene que
los conceptos y las generalizaciones de carácter abstracto son formas de
verbalismo vacío y carente de sentido a menos que el estudiante los descubra de
una manera autónoma a partir de su propia experiencia concreta, empírica y de
resolución de problemas. En mi opinión, el análisis detenido de esta
proposición revela que se basa en tres graves falacias lógicas: 1) considerar
el método de aprendizaje verbal como una técnica de <testaferro>; 2) la tendencia
predominante a confundir la dimensión recepción-descubrimiento del proceso de
aprendizaje con la dimensión memorista-significativo; y 3) la generalización
injustificada de las condiciones evolutivas distintivas del aprendizaje y del
pensamiento en la infancia, la adolescencia y la vida adulta".[29]
De todo esto derivamos que, en el
contexto educativo, conviene usar la noción de capacitación con extremo cuidado, entendiendo esta noción en un
sentido distinto del empleado en el mundo de las empresas, es decir en tanto
que es el proceso mediante el cual un maestro facilita que el alumno se vuelva capaz de enfrentar una situación
problemática determinada utilizando el recurso de la acción algunas veces pero
también acompañando tal recurso con elaboraciones discursivas apropiadas. En
este sentido, coincidimos con Ausubel cuando afirma que “contrariamente a las
creencias expresadas en muchos círculos educativos, el aprendizaje verbal
basado en la recepción no tiene que ser necesariamente memorista o pasivo (como
suele ocurrir con tanta frecuencia en la práctica educativa real), (…) y que el
aprendizaje basado en el descubrimiento también puede ser de naturaleza
memorista, como suele ocurrir en la mayoría de las aulas".[30] En muchos casos, el discurso también puede, y
de hecho lo hace, contribuir importantemente al desarrollo de las competencias,
por tanto no creemos que optar por la capacitación como el medio ideal para el
desarrollo de capacidades operativas tenga que excluir el discurso expositivo
de forma tan radical como sugiere Perrenoud.
La competencia moviliza
los saberes
La literatura se refiere
insistentemente a la relación entre las competencias en tanto estructuras
cognitivo-operativas complejas y los saberes en tanto unidades de comprensión y
acción real. A este respecto conviene analizar y reflexionar la naturaleza de
tales saberes y la forma como éstos se movilizan una vez que el sujeto entra en
relación con la realidad que demanda de él determinados desempeños, ya que no
hemos encontrado en los textos teóricos revisados una definición unívoca de tal
noción, ni se nos ha explicado todavía en detalle como sucede la movilización
referida.
En este sentido, “los saberes”, es una expresión difusa que en la literatura igual
refiere a conocimientos, que a habilidades, valores o actitudes. Pensamos por
tanto que en el contexto de las competencias,
podríamos entender tales saberes como unas ciertas unidades cognitivas que nos
permiten, sobre todo, comprender la realidad y actuar en consecuencia de una
determinada manera. Por ello nos identificamos con Barnett cuando postula:
“Sería mucho más contundente decir que las comprensiones del actor son parte
constitutiva de la acción”.[31]
Ahora bien, estas unidades cognitivas
en primera instancia se fundan siempre en algún tipo de conocimiento, ya que
tanto las habilidades, los valores y las actitudes, parten de la comprensión de
un determinado conocimiento del objeto sobre del cual se ven exigidas a
movilizarse. No estamos diciendo que las habilidades, los valores y las actitudes
sean en el fondo conocimientos de distinto tipo, sino más bien que tanto las
habilidades como los valores y las actitudes, contienen en su seno
conocimientos a partir de los cuales se manifiestan en las actuaciones de los
sujetos. Las habilidades de manejo de una persona –por ejemplo- no podrían
manifestarse en la acción de manejar un auto por la ciudad, si no se conocieran y por tanto re-conocieran todos los objetos
involucrados en esa acción de manejo; del mismo modo, nos parece que los
valores y las actitudes parten siempre de determinados supuestos fundados en
los conocimientos que el sujeto tiene
de los objetos que originan, precisamente, su respuesta valoral y actitudinal;
puede ser que tales conocimientos sean falsos o verdaderos, y en ese sentido
sus valoraciones y actitudes resulten adecuadas o inadecuadas, pero lo que nos
importa ahora señalar es que tales valores y actitudes están fundadas al fin en
conocimientos.
Ahora bien, respecto a la forma como
los conocimientos son movilizados por el sujeto con el fin de construir una
nueva competencia, conviene que hagamos algunas precisiones. Debemos enfatizar
antes que nada que cuando Perrenoud afirma que "la construcción de
competencias es inseparable de la formación de modelos de movilización de conocimientos
de manera adecuada, en tiempo real, al servicio de una acción eficaz” [32],
está dando por hecho dos supuestos. En primer lugar que toda construcción de
competencias está fundada en conocimientos previamente existentes en el propio
sujeto, y en segundo lugar, que tales conocimientos se ven movilizados a través
de modelos pero a partir de la acción que los demanda a fin de que el sujeto se
desempeñe eficazmente. De ahí que
Perrenoud afirme: "Una competencia se reconoce al relacionar de manera
adecuada los conocimientos previos con un problema".[33]
Esta afirmación de Perrenoud, unida a
aquella en que expresaba que “en un trabajo centrado en las competencias, el
problema es el que organiza los conocimientos”[34],
nos sugiere que los conocimientos se ven movilizados justo en el mismo momento
en que la estructura que los contiene es exigida a ponerlos al servicio de una
competencia debido a la acción del sujeto sobre una determinada realidad
problemática. Tal acción –como ya se ha dicho antes en la definición- puede
estar orientada a satisfacer necesidades, atender situaciones, resolver
problemas, tomar decisiones y/o alcanzar objetivos, pero siempre y
necesariamente demandará de la estructura cognitiva del sujeto, aquellos viejos conocimientos que mejor se acomoden a los
requerimientos que la nueva situación exige. Es la realidad problemática frente
a la que el sujeto se encuentra, la que dispara <en> la estructura
cognitiva el movimiento de viejos conocimientos a fin de comprender la situación y resolverla generando así nuevos
conocimientos: “El conocimiento y la comprensión –afirma Barnett- vand e la
mano con la competencia. El conocimiento y la comprensión se deben construir
desde el comienzo, forman parte integral de la competencia, siendo
constituyentes significativos de ella”.[35]en
pos de los nuevos. De tal circunstancia –según Perrenoud- emergerá una nueva
competencia.
Ahora bien, aunque tanto estas como
otras definiciones nos indican que las competencias movilizan conocimientos, no nos indican cómo lo hacen ni cómo son
las estructuras cognitivas en que tales movilizaciones se fundan. Entendemos
que la movilización de conocimientos
no puede ser un acto que arranque –por decirlo de algún modo- de cero. Tal
movilización creemos supone unos conocimientos movilizados y una estructura
cognitiva que los moviliza. Para el propio Perrenoud tales estructuras
cognitivas están sustentadas en la noción de esquema de Jean Piaget en tanto
que para él, son estos esquemas precisamente los que se ven organizados por las
competencias.
Al respecto, Perrenoud plantea:
"¿una competencia es un simple esquema? Diría más bien que una competencia
organiza un conjunto de esquemas. Un esquema es una totalidad constituida, que
sirve de base a una acción o a una operación singular, mientras que una
competencia de cierta complejidad pone en práctica varios esquemas de
percepción, de pensamiento, de evaluación y de acción, que sirven de base a
inferencias, anticipaciones, transposiciones analógicas, generalizaciones, al
cálculo de las probabilidades, al establecimiento de un diagnóstico a partir de
un conjunto de indicios, a la investigación de informaciones pertinentes, a la
formación de una decisión, etc.".[36]
Siguiendo el pensamiento de Perrenoud
en el marco constructivista de Piaget, postulamos que la competencia se
desarrolla como consecuencia del proceso de adaptación del ser humano a través
precisamente de la reorganización de sus esquemas durante las operaciones
cognitivas de acomodación y asimilación[37]
al enfrentar la realidad como problema <en> la acción. Todo ello
corroboraría nuestra hipótesis: las competencias no se adquieren, ni se
construyen de pronto y de la nada, sino que se desarrollan a partir de
organizaciones de esquemas de acción anteriores, de la misma manera que los
nuevos conocimientos no se construyen, sino a partir de unos conocimientos
anteriores. Entendido así, tanto las competencias como los conocimientos nuevos
son el resultado de la transformación adaptativa de los esquemas de acción. Por
acción entendemos aquí no sólo la actividad física externa del sujeto, sino el
conjunto de operaciones afectivas, cognitivas y conductuales que se ven
comprometidas en el procesos de encarar la realidad y actuar en ella.
Bajo esta perspectiva pues nos aparece
que para lograr el desarrollo de las competencias, el alumno tiene que estar
enfrentado a situaciones problemáticas cuyas exigencias de acción lo obligan a
movilizar sus viejos conocimientos en pos de unos nuevos, reorganizando así sus
propios esquemas de acción, es decir, que el aprendizaje que mejor desarrolla
las competencias es un aprendizaje que se encuentra situado.
A partir de este análisis, los maestros hemos de diseñar
situaciones problemáticas que induzca a la organización de los esquemas de
entendimiento de los alumnos a entrar en lo que Ana María Prieto Hernández
llama conflicto cognitivo[38] con base en la teoría Piagetana[39],
obligando a estos esquemas a movilizarse en pos de su reorganización, misma que
sirva al propósito de comprender y resolver la nueva situación. En éste proceso
serán construidos los nuevos conocimientos debido, fundamentalmente, a que los
viejos esquemas se verán forzados a reorganizarse generando así una nueva
competencia.
Ahora bien, referirnos al aprendizaje
situado sólo en términos de acción, puede conducir al mismo equívoco que hemos
venido señalando. La acción respecto de una situación problemática es
importantísima, pero no es suficiente, y puede conducir al diseño de
estrategias educativas totalmente inapropiadas. Ya antes hemos referido el caso
–como ejemplo- de un joven siendo obligado inútilmente a volar un 747. De todo
esto pues se desprende que no basta situar el aprendizaje en una realidad
problemática, sino que tal acto cumpla con otros requisitos.
El aprendizaje:
construcción del sí mismo
Hasta ahora hemos llegado a la idea de
que las competencias se desarrollan gracias a la existencia de unos
conocimientos previos, de una estructura cognitiva que los moviliza, y una
situación problemática que desencadena el proceso una vez que el sujeto ha
elegido, <en> la acción, resolver la situación a la que se enfrenta. En
el marco constructivista de Piaget, ello constituye un sistema que implica lo
que él mismo llama las invariantes
funcionales, es decir, la organización de los esquemas y el proceso de
adaptación con sus dos caras: la asimilación y la acomodación.
De modo que ya podemos decir que esa
estructura de la que hemos venido hablando, que moviliza los conocimientos,
constituye lo que Piaget llama la organización de esquemas. En este mismo sentido,
para Ausubel también existe una estructura cognitiva puesto que ahí es, según
él mismo, donde se contienen las ideas que hacen posible el fenómeno del
aprendizaje: "La adquisición y la retención de conocimientos –afirma- son
el producto de un proceso activo, integrador e interactivo entre el material de
instrucción y las ideas pertinentes en la estructura cognitiva del estudiante
con las que las nuevas ideas se pueden enlazar de maneras particulares".[40]
Moreno, por su parte, en el contexto educativo de la psicología humanista ha
desarrollado un concepto muy similar al de esta estructura cognitiva que hemos
venido analizando: "A través de la interacción con otras personas –postula
Moreno-, los seres humanos forman un esquema conceptual referencial y operativo
(ECRO) mediante el cual configuran una visión determinada de sí mismos, de los
demás, de la sociedad y de la realidad en general. Este esquema es algo así
como el cristal a través del cual percibimos la realidad y le damos un
significado y matiz propios".[41]
Para él, "las acciones educativas
se dirigen, por lo mismo, a revisar el esquema conceptual referencial y
operativo para facilitar la acción responsable, consciente y eficaz en la
transformación de la realidad. En algunos momentos, (…) se orienta a enriquecer
el campo perceptual, a elaborar un ECRO más adecuado, dinámico, flexible y rico
en su configuración. El aprendizaje, desde este punto de vista, se considera un
proceso de descubrimiento de significados personales sobre la realidad que se
percibe, tal como es percibida por la persona".[42]
De modo que, si hemos entendido bien,
el proceso de adaptación de Piaget constituye un proceso de aprendizaje que va
más allá de sólo incorporar al sujeto conocimientos provenientes de la
realidad. De hecho el propio Piaget considera que "el conocimiento
no puede concebirse como si estuviera predeterminado, ni por las estructuras
internas del sujeto, puesto que son el producto de una construcción efectiva y
continua, ni por los caracteres preexistentes del objeto, ya que sólo son
conocidos gracias a la mediación necesaria de estas estructuras, las cuales los
enriquecen al encuadrarlos”.[43]
Así pues, si bien la estructura cognitiva moviliza
conocimientos –en palabras de Perrenoud- no los contiene como si estuvieran
ya presentes en alguna parte dentro del sujeto: "el conocimiento –afirma
Piaget- no procede en sus orígenes ni de un sujeto consciente de sí mismo ni de
objetos ya constituidos que se le impondrían; más bien resultaría de
interacciones que se producen a medio en el camino entre ambos y por tanto
depende de los dos a la vez".[44]
Esto nos lleva a afirmar que el conocimiento –como quiera que se conciba- no
existe previamente como si fuera ya de hecho una “microestructura cognitiva” o
algo así, sino que sólo existe en el instante justo en que se le construye
propiciando una reorganización de los esquemas desde donde volverá a
reconstruirse tantas veces como sea necesario. Así, todo conocimiento es
siempre una construcción cognitiva y no una microestructura pre-existente en
alguna parte del cerebro.
Ahora bien, aunque de estas
afirmaciones derivamos que los conocimientos no se “almacenan” en la estructura
cognitiva, ni ésta los contiene en modo alguno, mucho queda en ella como
producto de la adaptación del sujeto cognoscente con la realidad, puesto que,
como hemos afirmado, al construir conocimiento el sujeto se modifica
estructuralmente. Su organización de esquemas cambia a cada paso como producto
de los procesos de asimilación-acomodación. Ello lo podemos entender mucho
mejor si reconocemos el sentido profundo de la noción de aprendizaje que no es
el de traer datos de la realidad al interior del sujeto, llámese memoria o de
cualquier otra forma, sino en tanto que ello constituye una apropiación de la
realidad que el sujeto asimila transformándose a sí mismo, acomodándose al
mismo tiempo que asimila, diría Piaget. En este sentido, debemos entender el
aprendizaje con “h” intermedia: aprehendizaje.
Ya Flavell, interpretando a Piaget, lo ha señalado con claridad: "la
aprehensión de la realidad es siempre una construcción asimilativa efectuada por
el sujeto tanto como una acomodación del sujeto.
Gómez de Silva por su parte nos señala
que “aprendizaje” es una palabra que deriva de la raíz latina “aprendere 'asir
mentalmente; asir', de apprehendere 'asir mentalmente”.[45]
Así mismo, nos dice que prender,
viene de "-prender 'coger, asir; sujetar, fijar': latín vulgar prendere,
del latín prendere, prehendere 'coger, asir',…".[46]
De modo análogo, Abbagnano señala lo siguiente: "Aprehensión (…) Término
introducido por la escolástica del siglo XIV para designar el acto mediante el
cual se apresa o adopta como objeto un término cualquiera (concepto,
proposición o cualidad sensible)”.[47]
He aquí pues que la noción de aprehendizaje en su origen etimológico,
nos devela el acto intelectual humano de prender, de coger, de apresar, de
adoptar, en fin, de un acto mental de apropiación.
En este mismo sentido, Wertsch,
interpretando a Vigotsky a propósito del aprendizaje de las herramientas
psicológicas, postula: "los individuos se <apropian> (un término
posteriormente utilizado por Leontiev, 1959) de esos instrumentos de
mediación".[48] El
propio Ausubel, hablando del aprendizaje significativo, clarifica esta misma
cuestión de manera que no nos deja ya duda alguna: "el término
<adquisición> también tiene el significado más usual y general de
<apoderarse> de nuevos significados (conocimientos) que antes no se
comprendían o eran inexistentes".[49]
Por su parte, Cristina Cárdenas, más en lo general, enmarca en el
constructivismo la noción de apropiación del conocimiento distinguiendo las
posturas pedagógicas constructivistas, justo a partir de esta noción de apropiación activa del conocimiento:
"Subrayar el papel activo del alumno –afirma ella- es cuestionar la
asimilación pasiva y acrítica de conocimientos: el conocimiento culturalmente
convalidado está a la disposición de todos, pero cada cual se lo apropia de
manera diferente y específica; en otras palabras, lo re-construye. Desde este
punto de vista, todas las posturas pedagógicas que favorecen la apropiación
activa del conocimiento serían constructivistas".[50]
Por otro
lado, en al ámbito educativo de la psicología humanista, la concepción de
aprendizaje como apropiación es todavía más radical: "El
aprendizaje significativo –postula González- es la piedra angular de la
educación centrada en la persona. Este aprendizaje consiste en asimilar uno
mismo lo aprendido, hacerlo propio tal como se hace con el alimento que se
ingiere, se digiere y se asimila".[51]
Llama la atención que Flavell usa la misma figura: "Para usar las palabras
de Piaget –postula él-, todos los objetos alcanzables se convierten en
'alimentos' que nutren el esquema". [52]
Ahora bien, es a través de estas
operaciones de aprendizaje, en el mismo sentido que lo hemos venido analizando,
que el sujeto se construye a sí mismo prácticamente desde que es un bebé.
"En un principio, como ya se dijo, el bebé –afirma Flavell- no conoce el
yo ni el mundo como entidades distintas y separadas; sólo experimenta una mezcla
de sentimientos y percepciones que acompañan a lo que un observador adulto
calificaría de contactos entre sus acciones y los objetos exteriores. En
realidad, la cognición comienza en la frontera entre el yo y el objeto, y con
el desarrollo invade al yo y al objeto a partir de esta 'zona de
indiferenciación' inicial".[53]
De ahí que el mismo afirme luego: "El sujeto es concebido como una entidad
siempre organizada que acomoda sus esquemas (las unidades básicas de esta
organización) a la realidad externa a medida que asimila la realidad a los
esquemas”.[54]
Esta noción constructivista del aprendizaje, en tanto apropiación de la
realidad construida para asimilarla a la propia estructura cognitiva
(organización de esquemas) al mismo tiempo que se acomoda ésta a aquella para
poder incorporarla, nos devela la verdadera naturaleza apropiativa
(aprehensiva) del aprendizaje.
Ahora bien, dando
un paso más adelante, pensamos que al apropiarse del conocimiento en tanto
construcción de la realidad, el sujeto se encuentra al mismo tiempo optando por
una de las distintas posibilidades que tiene siempre frente a sí pues todo
aprendizaje sucede en la acción y toda acción es en sí misma una elección. En
tal acción se está apropiando para sí
de aquel conocimiento que está construyendo, pero al hacerlo en el mismo acto
se está apropiando de
la realidad, la está haciendo propia.
En este sentido, la apropiación de un conocimiento, por ser el que se ha optado
por construir, se ha vuelto conocimiento propio.
En este sentido, es el conocimiento de la realidad que se ha vuelto propiedad
del ser humano que lo ha construido, lo que al mismo tiempo construye al sujeto
como tal. El sujeto, una vez que ha optado por construir un conocimiento de
determinada manera, hace que tal conocimiento le pertenezca y, al pertenecerle,
deja de ser un conocimiento abstracto y se vuelve parte concreta de sí mismo. Así, la construcción que el
ser humano va haciendo de la realidad, debido a la apropiación, se va volviendo
construcción también de sí mismo; al
optar frente a la realidad aprehendiendola de una determinada manera, va
volviéndose realidad propia (organización).
De ahí pues que, “de
acuerdo con Aristóteles, el auténtico conocimiento intelectual logra que el
contenido captado se haga uno con el sujeto que conoce. Los conocimientos
auténticos forman parte de la substancia del sujeto cognoscente".[55]
El aprehendizaje con “h”, entendido así, no es una cuestión de simples
conocimientos abstractos al acervo del sujeto como si ello constituyera un
banco de conocimientos en algún cajón cognitivo de la estructura. El
aprehendizaje, es más bien un proceso adaptativo mediante el cual, construyendo
el conocimiento de la realidad, del mundo, el sujeto se construye a sí mismo como ser humano, siempre
reorganizando -en todo momento- la propia estructura cognitiva desde donde
continuará readaptándose indefinidamente a través de sus propios procesos de
asimilación y acomodación. Ésta es la epistemología fundamental de Piaget: “el
organismo cognoscente es en todos los niveles un agente muy, muy activo que
siempre afecta al medio, que construye concretamente su ambiente
asimilándolo a esquemas al mismo tiempo que acomoda estos esquemas a las
restricciones del ambiente".[56]
Debido a todas estas consideraciones
pensamos que todo aprendizaje es siempre un aprendizaje con “h”, en tanto que
es apropiación de la realidad y construcción del sí mismo, y por ello precisamente, un aprendizaje significativo.
Postulado así, sin embargo, parece que entramos en contradicción con algunos
autores que afirman más bien que hay unos aprendizajes significativos y otros
que no lo son. ¿Es esto cierto?
El aprendizaje
significativo
Hablar de aprendizaje significativo nos
obliga a revisar la noción de mediación,
ya que por alguna razón -que no acabamos de comprender- a esta noción educativa
se le han otorgado unos atributos que según creemos no tiene. Se dice –por
ejemplo- que el maestro media
conocimientos, pero ya hemos visto como los conocimientos no están
predeterminados en los objetos ni en la estructura cognitiva de quién los
aprehende, sino que éstos son el producto de una construcción desarrollada por
el propio estudiante, por tanto no existe conocimiento alguno que mediar previo a la construcción del
mismo. De modo que, si el maestro no media
conocimientos ¿qué media? Si por mediación se están entendiendo los esfuerzos
del maestro por crear condiciones propicias para que el alumno construya
conocimiento, entonces tal mediación se refiere únicamente a cómo se provee de
un medio, y aun esto es dudoso ya que
el medio es algo que también el
estudiante construye bajo las mismas operaciones cognoscitivas antes
analizadas. Por otro lado, si por mediación se está entendiendo aquella acción
del maestro para proveer al alumno de determinadas herramientas, sean estas
físicas o psicológicas, entonces mediar
aquí ha de entenderse únicamente como poner
en medio, es decir, entre el objeto de aprendizaje y la estructura
cognitiva del alumno, unos ciertos instrumentos.
Así, nos parece que la noción de mediación no tiene el atributo
adjudicado de proveer conocimientos, ni siquiera el de organizar el aprendizaje
ya que éste se organiza por el propio alumno a partir de su interés por
aprender una determinada cosa. Proveer el interés por aprender, -si así es como
se quiere entender mediación- nos
resulta todavía más difícil de conseguir. Si no se pueden transmitir
conocimientos, menos se puede “colocar” un interés donde no lo hay. Pueden, eso
sí, asociarse las necesidades del alumno a un determinado producto educativo (contenidos),
tal como lo hacen los publicistas con los anuncios, asociando un auto lujoso a
las necesidades de reconocimiento de un potencial cliente, pero este tipo de
estrategias, aunque muchos maestros las realizan, no nos parece que constituya
la esencia de las acciones de un buen maestro, menos aún de un buen maestro
universitario que supone fomentar la capacidad crítica de los estudiantes.
De modo que no creemos que sea posible
mediar, y menos todavía proveer, aprendizajes significativos. No nos parece que
los aprendizajes significativos sean una consecuencia directa de lo que un
maestro hace o deja de hacer, como quiera que se entienda la noción de mediación, sino de lo que un alumno hace
o deja de hacer a propósito de unos contenidos temáticos, pero sobre todo, de
lo que está ya presente en su umbral de desarrollo como necesidad personal de
adaptación a su propio mundo. Tampoco creemos que cambiar el término de mediación por otro muy común en la
educación, facilitar, modifique
sustantivamente lo aquí afirmado.
Más bien creemos justo lo contrario, es
decir, que no es posible mediar ni facilitar el aprendizaje significativo,
sencillamente, porque el maestro no puede mediar
ni facilitar las necesidades
cognoscitivas intrínsecas del alumno que fundan sus procesos de adaptación.
Puede proveer las herramientas físicas o psicológicas que supone que el estudiante necesita, pero la consecuencia de esta
acción fundada en tal suposición puede resultar muy azarosa, ya que bien puede
el alumno estar necesitando herramientas muy distintas de las que el maestro supone. Mucho ganaría la praxis
educativa si el maestro se preocupara por escuchar
al alumno y por responder lo más
cerca posible a las necesidades cognoscitivas del alumno siendo consciente de
que lo hace desde los propios marcos teórico-prácticos de entendimiento y
resolución de la realidad que el maestro tiene asimilados y que practica en su
mundo profesional. No olvidemos que también el maestro está en proceso continuo
de adaptación, y por tanto de aprendizaje con “h”, en los mismos términos aquí
analizados. Al enseñar, el maestro está -en el mismo acto- aprehendiendo
realidades, haciéndolas propias, y por tanto, construyéndose también a sí mismo.
Ahora bien, una vez expuestas nuestras
reservas respecto de la noción de mediación,
queremos ahora analizar la noción de aprendizaje
significativo a partir de la forma como se entiende en el ámbito educativo.
Al respecto debemos consignar al menos dos formas.
Carl R. Rogers, fundador del enfoque
educativo de la psicología humanista-existencial denominado genéricamente
“Educación centrada en el estudiante”, afirma en su segunda hipótesis[57]:
"Una persona aprende
significativamente sólo aquellas cosas que percibe como vinculadas con la
supervivencia o desarrollo de la estructura del sí-mismo (self)".[58]
Luego, en su tercera hipótesis, el propio Rogers vuelve a postular la misma
idea sólo que ahora expresada en términos de resistencia: "Tendemos a resistir a la experiencia que, al
ser asimilada, implicaría un cambio en la organización del sí-mismo, a través
de la negación o de la distorsión de la simbolización. La estructura y
organización del sí-mismo parecen hacerse más rígidas frente a las amenazas, y
relajar sus límites cuando hay una ausencia absoluta de amenazas. La experiencia
que se percibe como incongruente con el sí-mismo sólo puede ser asimilada si la
organización habitual del sí-mismo se relaja y se expande para incluirla".[59]
Estas dos hipótesis se ligan de manera
muy importante a la primera: “No podemos enseñarle a nadie directamente, sólo
podemos facilitar su aprendizaje”[60],
y constituyen el núcleo fundamental de la noción de facilitación de éste y otros enfoques educativos humanistas. De
tales hipótesis el propio Rogers ha desprendido que la primera tarea del
maestro es crear condiciones en el aula que no amenacen la estructura del
sí-mismo del alumno. Así lo expresa en su cuarta hipótesis: "La situación educativa que promueve más
eficazmente un aprendizaje significativo es aquella en que 1) las amenazas al
sí mismo del alumno se reducen
a un mínimo, y 2) se facilita la percepción diferenciada del campo de la
experiencia".[61]
Rogers mismo busca clarificar estas
ideas usando un ejemplo iluminador: "supongamos –señala él- que la
información que se proporciona se refiere a la topografía de cierta región.
¡Cuán diferente será el aprendizaje de un grupo que atiende porque tiene la
obligación de seguir un curso de geografía, del de un batallón de infantería
que tiene que ir a esos montes y valles para luchar contra el enemigo! La
implicación del sí-mismo es muy
escasa en el primer grupo, y muy profunda en el segundo".[62]
En este sentido pues, compartimos con
Rogers que un aprendizaje pueda ser más significativo que otro en función del
grado de vinculación que guarde éste con la sobrevivencia o el desarrollo del sí-mismo, pero no compartimos la idea de
que pueda haber aprendizajes que no sean significativos en absoluto como lo
supone su segunda hipótesis.
Por otro lado, Ausubel, constructivista
como Piaget, ofrece otra manera de entender la noción de aprendizaje
significativo: "Cuando una nueva idea a –postula él- se aprende de una manera significativa
relacionándose e interaccionando con una idea establecida pertinente A de la estructura
cognitiva, las dos ideas se modifican y a
se asimila a A,
la idea ya establecida".[63]
Ello quiere decir, en sus propias palabras que "el aprendizaje (…) de
carácter significativo depende, en primer lugar, de relacionar material nuevo y
potencialmente significativo con ideas pertinentes de la estructura cognitiva
del estudiante".[64]
Estas dos formas de definir lo que es
el aprendizaje significativo, aunque parecen ser muy distintas, si consideramos
lo ya analizado antes a propósito del aprehendizaje con “h”, veremos que las
dos se refieren a lo mismo; de hecho,
ambas formas, tanto la humanista como la constructivista, están recogidas en
los trabajos de Ana María González a propósito de lo que ella considera son las
dos primeras características del aprendizaje significativo: " 1) Se asimila en el plano del ser. (…) 2) Se
integra a conocimientos anteriores”.[65]
Así pues, fundados en lo que hemos
analizado al respecto, podemos afirmar que la estructura del sí mismo –como la llama Rogers- no es
otra cosa que la estructura cognitiva de Ausubel donde, según Piaget, se
reorganizan los esquemas de asimilación en virtud de la acomodación de éstos a
la realidad construida por el propio sujeto al construir el conocimiento, es
decir, al desarrollar cualquier aprendizaje apropiándose –como ya lo expusimos-
de esa misma realidad construida para hacerla parte de sí mismo: “Llamaremos acomodación –postula Piaget- a toda
modificación de los esquemas de asimilación por influencia de las situaciones
exteriores (medio) a las cuales se aplica”.[66]
La asimilación de nuevos significados a los viejos y la acomodación de los
viejos a los nuevos, implica la actualización del sí-mismo del sujeto cognoscente en tanto que es en esta
organización de esquemas para interpretar y comprender la realidad que el
sujeto tiene su fundamento vital como ser bio-psico-social.
En virtud de estas consideraciones
pues, es que creemos que todo aprendizaje tiene siempre algún grado de
significación para cada sujeto. Obviamente hay aprendizajes que sólo son
importantes para los alumnos universitarios porque es necesario aprobar una
materia determinada. Todos hemos pasado por asignaturas odiosas que hemos
tenido que aprender aunque sea sólo de manera discursiva y memorística, pero
aun en estos casos, la importancia que han tenido esos aprendizajes obligatorios
esconden algún significado. Otro caso puede ser el dato de un número telefónico
deseado –ejemplo que ya dimos antes- que si bien es apenas un dato de 8
dígitos, significa para el adolescente un ámbito de posibilidades de
realización personal.
En este sentido pues, no hay desde
nuestro punto de vista, aprendizajes no-significativos.
Que las razones para llamar a un aprendizaje “significativo”, sean que en tal aprendizaje se asimilan
significados nuevos a los viejos reconstituyéndose así como significados
nuevos, o que la estructura del sí mismo se ha desarrollado en base a haberse
re-organizado en sus propios esquemas de acción, o que simplemente lo aprendido
satisface una necesidad, no cambia el hecho de que todo aprehendizaje con “h”
ha implicado necesariamente una apropiación de la realidad construida durante
el momento de la adaptación, donde tal construcción es asimilada al mismo
tiempo que el sujeto se acomoda a ella, re-organizando así la propia estructura
cognoscitiva de los esquemas de entendimiento de la realidad que no es otra
cosa que el sí-mismo del sujeto <en> esa acción de estar eligiendo a cada
momento de su vida cómo estar en la realidad. Creemos –como ya lo analizamos-
que al optar un sujeto por construir el conocimiento de la realidad de una
determinada manera, está al mismo tiempo optando en esa acción por una
posibilidad que lo posibilita como
ser humano. De ahí que toda construcción del conocimiento constituya siempre
una re-organización de los propios esquemas de entendimiento de la realidad. Zubiri, desde la Antropología
filosófica, lo expresa de la siguiente forma: “El hombre (…) tiene que optar
por el modo de estar en la realidad. El poder en cuestión, es pues, un poder
estar en la realidad de una forma más bien que de otra. (…) Es el tercer
sentido del <poder>: junto al poder como potencia y junto al poder como
facultad, el poder como posibilitante”.[67]
Para nosotros, este poder posibilitante
del sujeto, es el poder de apropiación de
una posibilidad que toda construcción de conocimiento abriga, de una posibilidad que por ser elegida,
precisamente, se vuelve la posibilidad
posibilitante, y por haber sido apropiada, se vuelve posibilidad posibilitante en propiedad de sí mismo.
Sobre estos
conceptos, sólo una palabra más. Cuando usamos la noción de estructura
cognoscitiva, no nos estamos
refiriendo únicamente a una organización de esquemas abstractos de conocimiento
puro desarticulados de las emociones, o de esquemas que se organizan respecto
de las abstracciones construidas en tanto conocimiento conceptual sin conexión
alguna con los afectos y las pasiones, sino que en tal estructura se encuentran
comprometidos todos los niveles de la dinámica intra-psicológica humana: lo
psico-motor, lo afectivo, lo imaginativo y lo valoral, además de lo
estrictamente conceptual. En este sentido, compartimos con Flavell su modo de
entender a Piaget: "De este modo,
-señala Flavell- el afecto y la cognición pueden separarse con propósitos
analíticos, pero son indisociables en la vida real; ambos se hallan
forzosamente comprometidos con toda adaptación humana. El aspecto
afectivo-motivacional proporciona la energétique del comportamiento,
mientras el aspecto cognoscitivo proporciona la estructura (la afectividad no
puede crear estructuras por sí misma, aunque influye en la selección del
contenido de realidad sobre el que operan las estructuras)".[68]
Ahora bien, sin entrar al análisis
problemático de esta última parte en la cita de Flavell, enfatizamos el
carácter holístico que supone cada adaptación humana. Por ello, nos seduce la
concepción que Edgar Morin tiene del ser humano al concebirlo como un ser
complejo en autoconstrucción evolutivo-dialógica donde la razón y la locura
tienen asiento: “La dialógica sapiens-demens
–afirma Morin- ha sido creadora al tiempo que destructora. Razón y locura ni
siquiera se excluyen una a otra. Demens a
menudo ha inhibido aunque también en ocasiones ha favorecido a sapiens”.[69]
Aprendizaje situado
Hemos dicho antes que, en general, las
universidades usan la noción de aprendizaje
situado en un sentido muy restringido al considerarlo sólo como una forma
de <ubicar> los procesos de enseñanza-aprendizaje de unos determinados
contenidos <dentro> de aquellas situaciones profesionales problemáticas
que permitan desplegar acciones a través de las cuales se pretende desarrollar
cierta competencia, y por ello, queremos ahora insistir en que, además de
situar el aprendizaje en estos términos profesionales concretos, a la par,
debemos considerar dos modos anteriores –cognoscitivamente hablando- de situar
el aprendizaje. Se trata de: 1) el interés
del alumno por aprender algo; y 2) las posibilidades
reales que tal alumno tiene para acometer con éxito la tarea de construir
un determinado conocimiento[70].
Situar el aprendizaje en
el interés del alumno
Para situar el aprendizaje
afectivamente dentro del interés del
alumno, hemos de considerar al menos los tres tipos de interés que, según
Habermas, promueven toda construcción del conocimiento y que tienen que ver con
esta división paradigmática de la epistemología contemporánea: 1) el interés
por controlar la realidad; 2) el interés por comprenderla de manera holística;
y 3) el interés por transformarla o emanciparse a través de la acción de unas
ciertas relaciones de poder. “El saber empírico-analítico –afirma Habermas-
puede adoptar la forma de explicaciones causales o prognosis condicionadas, que
se refieren a acontecimientos observables; el saber hermenéutico (en cambio)
tiene por lo general la forma de una interpretación de contextos de sentido
transmitidos”.[71] A estos
dos modos de buscar el conocimiento de la realidad, el propio Hábermas agrega
uno más cuyo interés se centra en la emancipación, y cuya herramienta
fundamental es la crítica: “la crítica, -postula Habermas- (…) está
caracterizada precisamente por el hecho de que da cabida en su conciencia al
interés que guía el conocimiento y ciertamente a un interés emancipatorio que
va por encima del interés cognoscitivo técnico y práctico”.[72]
Así pues, en base a estas ideas de Habermas, podemos afirmar que al menos hay
tres modos distintos por los que un alumno puede decidir hacer el esfuerzo de
construir conocimiento. Cada modo –según Habermas- se sustenta en un interés que subyace la búsqueda y en
cada modo la construcción de conocimiento se aborda de distinta manera: en el interés por predecir y controlar, el
conocimiento se construye buscando relaciones de causa-efecto; en el interés por interpretar y comprender el
sentido de las cosas, el conocimiento se construye buscando la estructura de
las relaciones que tales cosas guardan con el todo que son y entre sí; y en el
interés por la emancipación o la transformación de una realidad, el
conocimiento se construye buscando aquellas acciones cuyo efecto trasforme la
realidad o las relaciones de poder que el alumno no desea.
Bajo estas primeras consideraciones, situar el aprendizaje, implica favorecer
el descubrimiento, por parte del alumno, de su verdadero interés por aprender
algo, pues sin este reconocimiento, tanto el alumno como el maestro se pueden
estar equivocando tanto en el fin como en el modo de aproximarse a la
construcción del conocimiento en tanto tarea educativa.
Por otro lado, el interés por el aprendizaje también refiere a una dimensión social y
ética. Situar el aprendizaje
únicamente en los términos que el desarrollo de las competencias demanda,
pareciera promover profesionales capaces del “qué hacer” y del “cómo hacerlo”,
dejando preocupantemente fuera de la formación el “con quién” y el “para qué” hacer las cosas. La manera como las universidades
se refieren al aprendizaje situado, implica la búsqueda de personas capaces de
aplicar los conocimientos pero no tanto de ponerlos bajo la óptica de una
crítica social y ética. En este sentido, es claro el mensaje de Delors respecto
de la importancia que a la par del aprender a conocer y hacer, tienen
el aprender a convivir y a ser. "La educación a lo largo de la
vida –afirma él- se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a
hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser".[73]
Él mismo dirige una crítica a los sistemas educativos formales que sólo
privilegian uno de estos pilares: "Mientras los sistemas educativos
formales propenden a dar prioridad a la adquisición de conocimientos, en
detrimento de otras formas de aprendizaje, importa concebir la educación como
un todo".[74]
Situar el aprendizaje dentro de
las posibilidades reales del alumno
(Zona de Desarrollo Próximo)
Para situar el aprendizaje dentro del la Zona de Desarrollo Próximo del alumno, hemos
de considerar antes que nada su definición. Vigotsky la definió como la
distancia entre “<el nivel de
desarrollo real del niño tal y como puede ser determinado a partir de la
resolución independiente de problemas> y el nivel más elevado de <desarrollo potencial tal y como es
determinado por la resolución de problemas bajo la guía del adulto o en
colaboración con sus iguales más capacitados>".[75]
Wertsch por su parte, la definió así: "Es la región dinámica de la sensibilidad en la que puede realizarse
la transición desde el funcionamiento ínter psicológico al funcionamiento intra
psicológico”. [76]
Estas definiciones nos develan la
importancia de situar cognoscitivamente el aprendizaje dentro de esa zona, pues
es sólo dentro de la capacidad real de aprendizaje que un alumno tiene posibilidades reales de construir
conocimientos que tengan para él sentido. Dicho de otra manera, para que un
alumno vuele un 747, además de tener un interés
real y personal en hacerlo, tiene que tener unos esquemas de entendimiento
de esa realidad organizados de tal manera que la posibilidad real de construir el conocimiento necesario para hacer
volar el avión sea viable cognoscitivamente hablando. Diana Sagástegui lo
señala con claridad cuando afirma. Ella señala que “las situaciones educativas
deberán estar organizadas en función de las posibilidades de desarrollo
cognitivo de los estudiantes, que Vigotsky llamó la zona de desarrollo próximo
o proximal”.[77] De ahí
que ella misma afirme que, “el concepto de aprendizaje situado representa un
reto que afrontar, más que un modelo plenamente articulado; la propuesta
–termina afirmando- es eminentemente teórica y se enfila prioritariamente a
incidir en la dimensión epistemológica del aprendizaje".[78]
Dicho en palabras nuestras, el reto de
poder situar el aprendizaje no se resuelve únicamente reduciendo tal noción a
la trivialidad de situar una acción de aprendizaje en un ámbito concreto de
problemas. Al menos estas otras dos dimensiones intra-psicológicas deben ser
consideradas si se desea tener éxito.
Reflexiones finales
A propósito de las
competencias
Como ya lo hemos expresado antes,
nuestro interés fundamental al desarrollar esta investigación fue el de
construir sentido en torno de una única pregunta: Investiga ¿Cuál es la relación estructural entre el
desarrollo de las competencias y el aprendizaje significativo y situado? Para lo cual enmarca la pregunta en un objeto de estudio
específico: la construcción del
conocimiento; y los procesos de
enseñanzas-aprendizaje en el nivel de la educación superior.
De modo que corresponde ahora, con base
en lo investigado, analizado y reflexionado aquí, intentar dar una respuesta
suficientemente consistente como para contribuir -en alguna medida muy modesta-
a enriquecer la teoría en lo que se refiere a la construcción del conocimiento
durante los procesos de enseñanza-aprendizaje referidos específicamente al
desarrollo de competencias profesionales, y al mismo tiempo, contribuir a
mejorar la práctica educativa universitaria, en tanto que los hallazgos aquí
compartidos puedan enriquecer la comprensión de los maestros universitarios
sobre este modelo educativo.
En este sentido, reconocemos la
importancia fundamental que tiene para la educación universitaria, ubicar el
corazón del proceso de enseñanza-aprendizaje en la acción, en tanto que es en ella que la construcción de
conocimientos se garantiza al poner en conflicto
cognitivo la organización de los esquemas de entendimiento de la realidad
que todo alumno tiene como estructura fundamental para orientar su propia y muy
personal adaptación a la vida; también debido a que es en la acción y no sólo en el pensamiento, que
el alumno opta por un modo de estar en el mundo al aprehenderlo con “h”, al
apropiarse de él de un modo específico; y finalmente, porque es en la acción que el conocimiento toma un
sentido singular y propio para cada alumno.
Si embargo, aún dejando en el centro de
la praxis educativa universitaria la acción,
debemos considerar que el discurso verbal tiene su propia fuerza y valores
cognitivos, y no debe ser por tanto relegado a un segundo plano como algo
indeseable. El lenguaje puede estar, y de hecho está de manera muy importante,
al servicio del desarrollo de las competencias. En este sentido, no debemos
olvidar que el discurso verbal, aunque a algunos educadores les cueste trabajo
asumirlo, es parte sustantiva de la acción.
Así, muy a propósito del desarrollo de
competencias y justo en esos términos en los que se entiende que la acción
moviliza conocimientos, debemos asumir verdaderamente y hasta sus últimas
consecuencias el principio constructivista de que los conocimientos no
pre-existen como tales sino que son construidos en el momento de la acción
misma. De modo que sería más propio hablar de una movilización de los esquemas
de acción que de una movilización de conocimientos, ya que es la movilización
de la organización de los esquemas -producida por los procesos de asimilación y
acomodación que cada acción de adaptación implica indisociadamente- la que
re-construye unos determinados conocimientos en pos de asimilar unos nuevos,
desarrollando así, al fin, una nueva competencia. En este mismo renglón,
debemos tomar en cuenta todo el mundo de afectos y pasiones involucrados en
cada acción del alumno, pues es este mundo el que provee –en palabras de
Flavell- la energétique que acaba
determinando la selección del contenido de realidad sobre del que operan
las estructuras cognitivas, y puede también, por tanto, destruir cualquier
andamiaje o estrategia educativa por más bien diseñada que ésta esté. La
selección de la acción no basta si no
se considera a la par, el estado emocional de los alumnos involucrados.
Otro punto que nos parece fundamental
para buscar el equilibrio en el modo como hoy día se entiende el desarrollo de
las competencias profesionales, es aquel que refiere tanto al sentido
socio-ético -opuesto ciertamente al espíritu de competitividad neoliberal- como
al sentido teórico-crítico que el desarrollo de la práctica educativa
universitaria dejar fuera.
Respecto de este primer sentido
socio-ético que las competencias han de incorporar como antídoto de una
competitividad individualista, comprometida únicamente con los valores del
mercado, debemos decir que los maestros universitarios están llamados a situar
el desarrollo de las competencias no sólo en el ámbito de atender
operativamente las prácticas socio-profesionales correspondientes, sino también
y de manera muy importante, en el ámbito de atender reflexivamente la dirección
socio-evolutiva de la especie, o dicho de otra manera, atender a los valores de
la humanización, ello, si es que deseamos construir un mundo civilizado donde
el mercado no esté por encima del destino deseable del ser humano. Saber conocer y saber hacer resuelven la tarea humana de saber el qué y el cómo, pero de ninguna manera alcanzan para resolver social y
éticamente el con quién y el para qué. Para ello, se necesita –en
palabras de Delors- saber convivir y saber ser.
Respecto del segundo sentido
teórico-crítico que las competencias han de incorporar al movilizar
conocimientos, como antídoto –en este caso- de una simple y llana reproducción
de operaciones, debemos decir que éstas operaciones, por tender a ser
automatizadas, no incorporan los aspectos propios del análisis y la reflexión
conceptual que permite ver la acción no sólo desde sí misma y su referente de
praxis profesional, sino desde una búsqueda de conocimiento humano más amplia
contenida en los campos del conocimiento y en la crítica teórica que tales
campos requieren para avanzar sobre de sí mismos. Así, el desarrollo de
determinadas competencias, desprovistas de un sentido teórico-crítico y
orientadas a resolver sólo unos problemas específicos, tenderá a hacer de cada
profesión un simple oficio. No devaluamos en absoluto la importancia y utilidad
que para una sociedad tienen –por ejemplo- sus fontaneros, al contrario, nos
parecen fundamentales y escasos, pero no creemos que la universidad tenga la
función de ofrecer ingenieros hidráulicos tan operativos que el análisis y la
reflexión teórico-critica de sus propios campos del conocimiento quede en un
segundo plano, y por tanto acabe ofreciendo a la sociedad profesionales que se
acerquen más a hacer fontanería que a hacer ingeniería. La cuestión que nos
parece sumamente pertinente señalar aquí, es que la educación universitaria no
se puede dar el lujo de olvidar que las prácticas socio-profesionales se ha
podido desarrollar, gracias a que, al mismo tiempo que se aplican unos
determinados conocimientos en la acción
profesional, éstos se re-construyen indefinidamente analizándolos y
reflexionándolos en sus respectivos campos del conocimiento. Esta última tarea,
ciertamente parecería en principio que sólo debe realizarse en la investigación
formal, sin embargo, en alguna medida, el aula universitaria es un espacio
también de análisis y reflexión teórico-crítica importante donde los
profesionistas regresan precisamente a analizar y reflexionar su praxis con los
alumnos, si no fuera así, la universidad como institución social se vería
fuertemente limitada. Si los profesionistas docentes sólo regresaran a las
aulas universitarias a ofrecer su praxis sin ningún análisis teórico, acabarían
siendo sólo reproductores de un oficio puramente pragmático. Las profesiones no
avanzarían.
Ahora bien, podría argumentarse –muchos
lo hacen- que estas labores educativas, es decir, tanto la búsqueda del sentido
socio-ético como el sentido teórico-crítico del conocimiento, son tareas que
deben dejarse a las universidades del primer mundo que cuentan con los recursos
y las condiciones adecuadas. Francamente diferimos de esta postura basados,
precisamente, en los mismos argumentos
que sustentan el modelo de desarrollo de competencias. Nos parece que los
maestros universitarios, además de las competencias propias de sus profesiones,
están llamados a desarrollar así mismo las competencias socio-educativas
propias de su que hacer como maestros[79],
y no creemos, en este sentido, que unas sean las competencias de los maestros
universitarios del primer mundo y otras las del resto de los maestros. Por lo
demás, sin entrar aquí en detalles ideológicos, nos parece que una postura así,
abrigaría una falta de sentido común que nos conduciría, en el extremo, a un
mundo muy parecido al mundo feliz de Huxley. Los Alfa analizando y reflexionando la realidad desde la panacea de los
mercados del primer mundo, y los Delta
operando la maquinaria que los haga funcionar sumisa y eficientemente. Más bien
creemos, en franca oposición, que los todos los maestros de todas las
universidades, si bien están demandados a desarrollar competencias operativas,
también están exigidos por la misma sociedad a analizar y reflexionar el mundo
de la profesión desde los valores sociales y desde las teorías que constituyen
su saber.
A propósito del
aprendizaje con “h”
Aprehender, en los términos aquí
analizados, aun en el sentido de desarrollar competencias, implica el hecho
extraordinario de que al elegir una acción
como aquella que ha de fomentar el desarrollo de una competencia, tanto el
maestro como el alumno, están eligiendo una manera de estar en el mundo, y así,
una manera de construirse a sí mismos, pues eligiendo tal acción, están al
mismo tiempo optando por una apropiación del mundo de una determinada manera.
La construcción del conocimiento, aún en sus aspectos más insignificantes,
implica una construcción de la realidad, y en este sentido, del mundo y del
modo de estar en él. La cuestión de desarrollar competencias, no es una
cuestión sólo de desarrollar ciertas capacidades para atender determinados
objetos socio-profesionales, sino que al hacerlo, se está, al mismo tiempo,
optando por la construcción de la persona del maestro, del alumno y, en cierta
forma, del mundo. Ésta es la dimensión existencial insoslayable de toda
relación educativa universitaria.
A propósito del
aprendizaje significativo
Si aceptamos que es la acción la que moviliza la organización
de los esquemas de entendimiento de la realidad al momento en que los procesos
de asimilación-acomodación tienen lugar en tanto construcción del conocimiento,
entonces estamos aceptando que todo aprendizaje de facto es ya un aprendizaje
significativo para el alumno –aunque en distinto grado- en tanto que son
aprendizajes con “h”. Así, en el ámbito propio del desarrollo de las
competencias, tales consideraciones nos llevan directo a darnos cuenta que las razones
por las que un aprehendizaje universitario puede ser significativo, no se
constriñen necesaria y únicamente al desarrollo de las competencias
profesionales respectivas de cada carrera, sino que, por las mismas razones que
se desarrollan éstas, se desarrollan otras competencias igualmente
significativas mediante las cuales el alumno resuelve su realidad personal. La
competencia para no tener que estudiar y sin embargo aprobar una materia, es
quizá una de las competencias más significativas y generalizadas en todo el
tramo de la educación formal desde la primaria; y esta competencia tan
significativa y generalizada, ha sido desarrollada y perfeccionada por los
alumnos, al mismo tiempo que otras competencias curricularmente convalidadas
estaban siendo promovidas por los maestros.
Esto nos lleva a reconocer al menos a
dos cuestiones fundamentales: 1) que sea poco o muy significativo un
aprendizaje no depende del maestro, ni de las estrategias educativas, ni del
programa, ni de la institución, sino del propio interés del alumno que por lo
demás no puede ser “sembrado” como tal por el maestro; y 2) que el desarrollo
de las competencias formales no esteriliza el espacio educativo ni separa el
proceso de enseñaza-aprendizaje universitario del resto de la dinámica personal
del maestro y del alumno. Estos actores educativos más bien añaden las
necesidades generadas por la realidad educativa universitaria a las que ya de
por sí traen encima.
A propósito del
aprendizaje situado
La acción
por sí misma no es en ningún caso suficiente para movilizar la organización de
los esquemas sino únicamente en la medida en que tal organización es demandada
por un interés adaptativo del alumno. Del mismo modo, la acción no moviliza la organización de estos esquemas si no hay en
ella proximidad cognitiva suficiente a las capacidades propias del alumno. Situar el aprendizaje tiene ciertamente
un aspecto inter-psicológico de práctica socio-profesional en tanto que tal
aprendizaje se sitúa en un espacio problemático concreto de la profesión, sin
embargo, debemos reconocer que tiene también un aspecto intra-psicológico en
tanto que este mismo aprendizaje tiene que situarse, cognitivamente hablando,
en el interés personal y en la zona de desarrollo próximo del alumno.
El hecho de que el desarrollo de las
competencias esté referido a satisfacer necesidades, atender situaciones,
resolver problemas, tomar decisiones y/o lograr objetivos, y por ello tal
desarrollo esté orientado a enfrentar al alumno a este tipo de situaciones
problemáticas, sólo muestra una cara del proceso. Elegir la acción que habrá de
desarrollar la competencia pensando en la zona de desarrollo próximo, refiere a
la viabilidad de tal acción como movilizadora de la organización de los
esquemas involucrados; y pensar en el verdadero interés del alumno, refiere por
lo menos a dos cuestiones importantes: por un lado al contenido de aquellas
acciones que pueden llamar la atención afectiva del alumno y por tanto disparar
su motivación, pero también al fin ulterior que el alumno quiere darle
–epistemológicamente hablando- al conocimiento que habrá de construir[80].
Esta es la otra cara del proceso.
Finalmente, queremos cerrar este
trabajo expresando que, más allá de los resultados y hallazgos obtenidos en
esta investigación, nos parece que el desarrollo de competencias
socio-profesionales –cualesquiera que éstas sean-, en el ámbito del aprendizaje
significativo y situado, no exime a maestros, alumno y funcionarios
universitarios por igual, de la responsabilidad fundamental que toda educación
universitaria pensamos contiene en su seno. La formación de profesionistas no
está al servicio de las profesiones, sino que éstas y aquellos, se deben a una
sociedad, y ésta, encuentra su sentido más profundo si en vez de mirarse a sí
misma sólo como colectividad productiva, se mira como el proceso mismo de
humanización de la especie.
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Nota. Este
artículo fue editado por Ana María Prieto Hernández, para la Especialidad Competencias Docente para la
Educación Media Superior, UPN, marzo 2012-
[2] Barnett, Ronald (2001), Los
límites de la competencia, Gedisa, España, p. 127
[6] Simone Rychen, Dominique & Hersc
Salganik, Laura, (2004), Definir y seleccionar las competencias
fundamentales para la vida, FCE, México, p. 9
[7] Deseco, por sus siglas en ingles:
Definition and selection of competencies: Theoretical and conceptual
foundations.
[8] Carson, John (2004), "Definición y
selección de competencias: reflexiones históricas sobre el caso del IQ" en
Definir y seleccionar las competencias fundamentales para la vida,
Simone Rychen, Dominique & Hersc Salganik, Laura, Coordinadores, FCE,
México, p. 78
[9] Arias, Eduardo (2004), "Notas para refrescar la práctica
educativa", en Sinéctica, No 24, Febrero-Julio 2004, ITESO, p.
41
[10]
“El concepto de investigación teórica
abarca una gran variedad de actividades mentales que giran en torno a dos
ideas: mejorar el estatus científico de una teoría o impugnarlo. Por
consiguiente, investigación teórica es la construcción de una teoría o parte de
la misma; pero también reconstruirla, reestructurarla, reformularla,
remodelarla, fundamentarla, integrarla, ampliarla o desarrollarla. Igualmente,
es investigación teórica la revisión o el examen de una teoría o de alguna de
sus partes o aspectos, el contrastarla, comprobarla, validarla o ‘verificarla’,
cuestionarla, impugnarla, rebatirla o refutarla”. Martínez, Miguel (1999), Comportamiento
humano, Trillas, México, p. 241
[11] Perrenoud, Philippe (2002), Construir
competencias desde la escuela, Dolmen ediciones, Santiago de Chile, Chile,
p. 23
[12] Idem, p. 7
[13] Idem, p. 8
[14] Ibídem
[15]
Sorprende la definición que la Organización Panamericana
de Salud hace respecto de lo que en su “Guía para gerentes” denominan las Competencias centrales: “Estas
competencias comunican los valores de la organización, definen el desempeño y
están vinculadas a la actividad básica de la organización. Se aplican
universalmente a todo el personal, sin importar el puesto ni nivel que ocupen
en la organización”. (Gestión del desempeño basado en competencias, OPS
Oficina regional de la OMS ,
Waschington, D.C., 2000, p. 7)
[16] Barnett, Ronald, Op. Cit. p. 115
[17]
Gonczi, A. citado en Diseño, implementación y evaluación de programas por
competencias profesionales integradas, de González Gutiérrez, Mercedes;
Espinosa Hernández, Jesús; López, López, José Luis y otros (2002), UG, México,
p. 23
[18] Idem, p. 33
[19] Ibídem.
[20] Ibídem.
[21] Perrenoud, Philippe, Op. Cit., p.
9
[22] Idem, p. 10
[23]
La definición referida fue construida inductivamente por los maestros del
departamento del Hábitat y Desarrollo Urbano del ITESO en una sesión de trabajo
colaborativo durante el Seminario: Desarrollo
de Guías de Aprendizaje coordinado por la Mtra. Lorena Herrero
Serment dependiente del Proyecto de Renovación Educativa de la Dirección General
Académica el 9 de Febrero del 2005
[24] Supra, p. 14
[25] Perrenoud, Philippe, Op. Cit., p. 74
(Las cursivas son nuestras)
[26] Idem, p. 73 (Las cursivas son nuestras)
[27] Ausubel, David P. (2002), Adquisición y
retención del conocimiento, Paidós, Barcelona, España, p. 33
[34] Supra, p. 17
[35] Barnett, Ronald, Op. Cit., p. 116
[36] Idem, p. 30
[37]
"Así como en cualquier proceso adaptativo los objetos deben ajustarse a la
estructura peculiar del organismo, este también debe ajustarse a las demandas
peculiares del objeto. Al primer aspecto de la adaptación se lo ha llamado asimilación.
Al segundo aspecto, el ajuste al objeto, Piaget lo llama acomodación; es
decir, el organismo debe acomodar su funcionamiento a los contornos específicos
del objeto que trata de asimilar".
(Flavell, John H. (1998), La psicología evolutiva de Jean Piaget,
Paidós, México, p. 65)
[38]
Prieto Hernández, Ana María (2005), Aplicación
de la tecnología en la educación básica, Conferencia magistral en el XII
Simposio de Educación, ITESO, México.
[39]
“No hay duda de que en los orígenes del tema (conflicto cognitivo), se
encuentra la teoría piagetana sobre el funcionamiento y desarrollo de la
inteligencia” (Ganuza, F. Bacaicoa 1998, Universidad del país, Bilbao, España,
p. 11)
[41] Moreno López, Salvador (1997), "La
experiencia interna del maestro: un aspecto descuidado en la formación de
profesores universitarios" en Desarrollo del potencial humano V.4.,
Lafarga Corona, Juan & Gómez del Campo, José, Trillas, México, p.
107
[42] Moreno López, Salvador (1997), "La
experiencia interna del maestro: un aspecto descuidado en la formación de
profesores universitarios" en Desarrollo del potencial humano V.4.,
Lafarga Corona, Juan & Gómez del Campo, José, Trillas, México, p.
107
[43] Piaget, Jean (1970), La epistemología
genética, A. Redondo Editor, Barcelona, España, p. 8
[44] Idem, p. 14
[45] Gómez de Silva, Guido (1999), Breve
diccionario etimológico de la lengua española, FCE, México, p. 69
[46] Idem, p. 560
[47] Abbagnano, Nicola (1999), Diccionario de
filosofía, FCE, México, p. 92
[48] Wertsch, James V. (1995), Vygotsky y la
formación social de la mente, Paidós, México, p. 96
[50] Cardenas Castillo, Cristina (2004), "Acercamiento
al origen del constructivismo", en Sinéctica, No 24, Febrero-Julio
2004, ITESO, p. 12
[51] González Garza, Ana María (1998), El enfoque centrado en la persona,
Trillas, México, p. 71
[53] Idem, p. 81
[54] Idem, p. 283
[55] Gutiérrez Sáenz, Raúl ( 2001), Introducción a la didáctica,
Esfinge, México, p. 23
[57]
El modelo educativo de Carl R. Rogers se funda en cuatro hipótesis.
[58] Rogers, Carl R. (1977), Psicoterapia
centrada en el cliente, Paidós, Buenos Aires, Argentina, p. 333
[59] Idem, p. 334
[60] Idem, p. 333
[61] Idem, p. 335
[62] Idem, p. 334 (Las cursillas
son nuestras)
[64] Idem, p. 30
[65] González Garza, Ana María, Op.
Cit., p. 81-82
[66] Piaget, Jean (2000), Biología y conocimiento, Siglo XXI, México,
p. 10
[67]
Zubiri, Xavier (1982), Siete ensayos de
antropología filosófica, Universidad Santo Tomás, Bogotá, Colombia, p. 153
y 156
[69] Morin, Edgar (2003), El método; la
humanidad de la humanidad, Cátedra,
Madrid, España, p. 142
[70] A esta última noción,
Vigotsky la llama Zona de desarrollo
próximo.
[71] Habermas, Jürgen (2000), Teoría
y praxis, Tecnos, Madrid, España, p. 19
[72] Ibídem.
[73] .Delors, Jacques (2001),
La educación encierra un tesoro, UNESCO, México, p. 102
[76] Vygotsky citado en Wertsch, James V., Op. Cit., p. 84
[77] Sagástegui, Diana (2004), "Una apuesta por la cultura: el
aprendizaje situado", en Sinéctica, No 24, Febrero-Julio 2004, ITESO, p.
33
[78] Idem, p. 34
[79]
Philippe Perrenoud publicó en Grao en 1999 so obra Diez nuevas competencias para enseñar analizando y reflexionando en
ella diez dominios de competencias prioritarias para la formación continua del
profesorado de primaria pero perfectamente transferibles al ámbito de la
educación superior.
[80]
El interés que subyace epistemológicamente hablando toda construcción de
conocimiento según Hábermas es la predicción, la comprensión o la emancipación.
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