La evaluación por competencias en la educación superior
María Elena Cano García
Universidad de Barcelona
2009
Resumen
El
presente artículo plantea la necesidad de generar un cambio en los procesos
evaluativos, y no sólo en los diseños o en las propuestas metodológicas, para
favorecer el desarrollo de las competencias específicas y transversales. Para
ello se parte de la conceptualización de las competencias, se analizan las
implicaciones que este nuevo enfoque genera sobre el trabajo del profesorado en
general y sobre la docencia en particular y se señalan las características que
debiera tener una evaluación de los aprendizajes por competencias.
1. Introducción
La
creación del Espacio Europeo Educación Superior (EEES) lleva aparejados cambios
diversos y profundos. Uno de los cambios centrales es la apuesta decidida por
focalizar la atención de los procesos formativos en los aprendizajes de los
estudiantes y más concretamente en los resultados de aprendizaje expresados en
términos de competencias, lo que ha estimulado cambios metodológicos. Sin
embargo, no siempre se ha previsto un sistema de evaluación por competencias.
La evaluación queda, de nuevo, relegada a un segundo plano, desgajada de los
procesos de enseñanza-aprendizaje, asilada… Esta inquietud nos lleva a trabajar[2] sobre
la necesidad de revisar los sistemas de evaluación por competencias para que el
cambio propuesto sea real y efectivo. Ése es, pues, el objeto del presente
documento.
2.
Justificación de los diseños por competencias
Vamos
a articular los motivos que justifican los diseños por competencias en torno a
tres ejes:
En
primer lugar nos hallamos inmersos en la sociedad del conocimiento.
Estamos rodeados de información. Ésta se crea rápidamente y queda obsoleta
también rápidamente. En los últimos años ha crecido exponencialmente la
información que circula por la red. De hecho, lo importante no es la
información, sino el conocimiento. Alfons Cornella (s/f) alerta de los riesgos
de la “intoxicación”, es decir, de un exceso de información que no podemos
digerir y acaba por sobrepasarnos e “intoxicarnos”. Por ello más que conocer
ciertas informaciones que pueden dejar de ser válidas en un cierto tiempo, se
hace necesario ser capaz de buscar la información pertinente a cada momento,
ser capaz de seleccionarla (de entre un abanico vastísimo de posibilidades),
ser capaz de procesarla, tratarla, interpretarla y apropiarse de ella para
generar el conocimiento necesario que nos permita resolver las situaciones que
se nos presenten. Eso es precisamente lo que pretenden los diseños por competencias:
que las personas desarrollen capacidades amplias, que les permitan
aprender, y desaprender, a lo largo de toda su vida para adecuarse a situaciones
cambiantes. Es posible que no ocupemos el mismo puesto de trabajo toda la vida.
Quizá no desempeñemos ni siquiera la misma profesión. Necesitamos
conocimientos, habilidades y actitudes que nos faciliten esa flexibilidad que
se hará imprescindible.
En
segundo lugar, y ligado al cambio acelerado del saber, hallamos la complejidad:
el conocimiento es cada vez más complejo, obedeciendo a una lógica
posmoderna que nos cuesta articular porque equiparamos complejidad y
complicación. Las clásicas divisiones entre asignaturas o las clasificaciones
de los saberes parecen no servir en el contexto actual. Hay que eliminar la
fragmentación y apostar por un conocimiento integrado que, como sugiere Morin
(2001), supere la super especialización y el reduccionismo que aísla y separa.
Las competencias constituyen una clara apuesta en esta línea,
proponiendo la movilización de conocimientos y su combinación pertinente para
responder a situaciones en contextos diversos.
En
tercer lugar, se hace cada vez más necesaria una formación integral que
permita a las personas enfrentarse a una sociedad incierta (sociedad red y
primacía NTIC pero con riesgo de brecha digital; sociedad globalizada pero con
fuerte aumento de totalitarismos y fundamentalismos; sociedad del bienestar pero
con riesgo de un creciente consumismo compulsivo, etc.). Las propuestas por competencias
incluyen conjuntos de conocimientos, habilidades y actitudes de carácter
muy diferente, incorporando talentos o inteligencias que tradicionalmente desde
los sistemas educativos reglados no se habían tenido presentes. Ya hace más de
una década que Gardner (1994) nos mostró la importancia de tener presentes las
inteligencias múltiples. En este sentido, con los diseños por competencias
tienen cabida en la formación inteligencias no estrictamente cognitivas, como
la inteligencia emocional, que pueden ayudarnos a dar respuesta a una situación
de forma eficiente o a adaptarnos a realidades cambiantes.
3. Concepto de
competencia; caracterización y tipología
Podemos
concebir las competencias desde diversos –y dispares- puntos de vista. A modo
de ejemplo, recogemos unas cuantas definiciones, de las muchas que podemos
encontrar:
•
Aptitud para
enfrentar eficazmente una familia de situaciones análogas, movilizando a
conciencia y de manera a la vez rápida, pertinente y creativa, múltiples
recursos cognitivos: saberes, capacidades, micro-competencias, informaciones,
valores, actitudes, esquemas de percepción, de evaluación y de razonamiento
(Perrenoud, 2004).
•
Capacidad
efectiva para llevar a cabo exitosamente una actividad laboral plenamente
identificada. Las competencias son el conjunto de conocimientos, procedimientos
y actitudes combinados, coordinados e integrados en la acción adquiridos a
través de la experiencia (formativa y no formativa) que permite al individuo
resolver problemas específicos de forma autónoma y flexible en contextos
singulares (OIT, 2000).
•
Repertorios de
comportamientos que algunas personas dominan mejor que otras, lo que las hace
eficaces en una situación determinada (Levy-Leboyer, 1996).
•
Saber hacer
complejo resultado de la integración, movilización y adecuación de capacidades
y habilidades (pueden ser de orden cognitivo, afectivo, psicomotor o sociales)
y de conocimientos (conocimientos declarativos) utilizados eficazmente en
situaciones que tengan un carácter común (situaciones similares, no
generalizable a cualquier situación) (Lasnier, 2000).
•
Saber hacer
complejo que exige un conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes,
valores y virtudes que garantizan la bondad y eficiencia de un ejercicio
profesional responsable y excelente (Fernández, 2005)
•
Capacidad de
aplicar conocimientos, destrezas y actitudes al desempeño de la ocupación que
se trate, incluyendo la capacidad de respuesta a problemas, imprevistos, la
autonomía, la flexibilidad, la colaboración con el entorno profesional y con la
organización del trabajo (RD 797/1995 del Ministerio de trabajo y Seguridad
Social para establecer las directrices sobre certificados de profesionalidad).
•
Posee competencias
profesionales quien dispone de los conocimientos, destrezas y actitudes
necesarias para ejercer una profesión, puede revisar los problemas
profesionales de forma autónoma y flexible y está capacitado para colaborar en
su entorno profesional y en la organización del trabajo (Bunke, 1994)
•
Las
competencias profesionales definen el ejercicio eficaz de las capacidades que
permiten el desempeño de una ocupación, respecto a l os niveles requeridos en
el empleo. Es algo más que el conocimiento técnico que hace referencia al saber
y al saber-hacer. El concepto de competencia engloba no sólo las capacidades
requeridas para el ejercicio de una actividad profesional sino también un
conjunto de comportamientos, facultad de análisis, toma de decisiones,
transmisión de información, etc., considerados necesarios para el pleno
desempeño de la ocupación (INEM, 1996)
•
Ser capaz,
estar capacitado o ser diestro en algo. Las competencias tienden a transmitir
el significado de lo que la persona es capaz de o es competente para ejecutar,
el grado de preparación, suficiencia o responsabilidad para ciertas tareas
(Prieto, 2002).
•
Grado de
utilización de los conocimientos, las habilidades y el buen juicio asociados a
la profesión, en todas la situaciones que se pueden confrontar en el ejercicio
de la práctica profesional (Kane, 1992).
•
Capacidad para
desarrollar con éxito una acción determinada, que se adquiere a través del
aprendizaje (Kellerman, 2001).
•
Habilidad
aprendida para llevar a cabo una tarea, deber o rol adecuadamente. Tiene dos
elementos distintitos: está relacionada con el trabajo específico en un
contexto particular e integra diferentes tipos de conocimientos, habilidades y
actitudes. Se adquiere mediante el learning-by-doing. A diferencia de los
conocimientos, habilidades y actitudes, no se pueden evaluar
independientemente. También hay que distinguir las competencias de rasgos de
personalidad, que son características más estables del individuo (Roe, 2002).
•
Representan una
combinación dinámica de atributos, en relación al conocimiento y su aplicación,
a las actitudes y responsabilidades, que describen los resultados de
aprendizaje de un determinado programa o cómo los estudiantes serán capaces de
desarrollarse al final del proceso educativo (González y Wagenaar,2003).
•
Integración de
conocimientos, habilidades, cualidades personales y comprensión utilizada
adecuadamente y efectivamente tanto en contextos familiares como en
circunstancias nuevas y cambiantes (Stephenson y Yorke, 1998).
•
Capacidad de
responder a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma
adecuada. Supone una combinación de habilidades prácticas, conocimientos,
motivación, valores éticos, actitudes, emociones y otros componentes sociales y
de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz
(proyecto Definición y Selección de Competencias, - DeSeCo- de la OCDE , 2002).
•
Integración de
conocimientos, habilidades y actitudes de forma que nos capacita para actuar de
manera efectiva y eficiente (Collis, 2007).
•
Implica tener
una habilidad respecto a un dominio básico pero, sobre todo, implica
regulación, monitorización y capacidad de iniciativa en el uso y desarrollo de
dicha habilidad (Weinert, 2001).
•
Capacidad de
usar funcionalmente los conocimientos y habilidades en contextos diferentes.
Implica comprensión, reflexión y discernimiento, teniendo en cuenta simultánea
e interactivamente la dimensión social de las actuaciones a realizar (Mateo,
2007: 520).
Como
vemos, se trata de formas de entender las competencias de forma diversa. En
última instancia, podríamos situar estas definiciones entre dos polos, como
sugiere Le Boterf (2000):
Obviamente,
apostamos por la segunda perspectiva. Le Boterf (2000) nos previene contra una
definición débil de las competencias (“suma” de conocimientos de saber hacer o
saber estar o como la “aplicación” de conocimientos teóricos o prácticos) y nos
recuerda que la competencia no es un conglomerado de conocimientos
fragmentados, no está hecha de migajas de saber hacer, sino que es un saber
combinatorio y que no se transmite sino que el centro de la competencia es
el sujeto-aprendiz que construye la competencia a partir de la secuencia de las
actividades de aprendizaje que movilizan múltiples conocimientos
especializados. El profesor sólo crea condiciones favorables para la
construcción siempre personal de las competencias Para Le Boterf (2000) la
persona competente es la que sabe construir saberes competentes para gestionar
situaciones profesionales que cada vez son más complejas.
Así
pues, en la línea de Perrenoud (2004a, 2004b), entendemos las capacidades en
sentido amplio, flexible y creativo, desde una concepción más cercana a la
perspectiva cognitiva, más rica y profunda y que supone entender las
competencias como capacidades muy amplias, que implican elegir y movilizar
recursos, tanto personales (conocimientos, procedimientos, actitudes) como de
redes (bancos de datos, acceso documental, especialistas,…) y realizar con
ellos una atribución contextualizada (espacio, tiempo, relación).
En
este sentido, rescatamos tres elementos que caracterizan a las competencias,
tal y como las concebimos, y que nos pueden aproximar a su comprensión:
a)
Articulan
conocimiento conceptual, procedimental y actitudinal pero…van más allá: El hecho de acumular conocimientos no implica ser
competente necesariamente. El mero sumatorio de saberes y capacidades no nos
lleva a la competencia. El ser competente implica un paso más: supone, de todo
el acervo de conocimiento que uno posee (o al que puede acceder), seleccionar
el que resulta pertinente en aquel momento y situación (desestimando otros
conocimientos que se tienen pero que no nos ayudan en aquel contexto) para
poder resolver el problema o reto que enfrentamos.
b)
Se vinculan a
rasgos de personalidad pero… se aprenden:
El hecho de poseer de forma innata ciertas inteligencias es un buen punto de
partida pero no me garantiza ser competente. Las competencias deben
desarrollarse con formación inicial, con formación permanente y con experiencia
a lo largo de la vida. Se puede ser competente hoy y dejarlo de ser mañana o
serlo en un contexto y dejarlo de ser en otro contexto que no me resulta
conocido. Las competencias tiene, pues, un carácter recurrente y de crecimiento
contínuo. Nunca se “es” competente para siempre.
c)Toman sentido en la acción pero… con reflexión: El hecho de tener una dimensión aplicativa (en tanto
que suponen transferir conocimientos a situaciones prácticas para resolverlas
eficientemente) no implica que supongan la repetición mecánica e irreflexiva de
ciertas pautas de actuación. Al contrario, para ser competente es
imprescindible la reflexión, que nos aleja de la estandarización del
comportamiento.
4.
Implicaciones de los diseños por competencias
Esta
visión posee indudables implicaciones, tanto organizativas como docentes.
En
primer lugar, a nivel organizativo, el documento “Propuesta para la renovación de las metodologías universitarias”
(Consejo de Coordinación Universitaria, 2006), ya señala que para conseguir
dicha renovación han de darse una serie de medidas institucionales de impulso
(información, motivación, sensibilización), formación y ejecución (proyectos
piloto, guías, redes,…). Estas medidas que superan la voluntad o campo de
acción del profesorado son imprescindibles para que una docencia diferente
pueda darse. Entre las iniciativas más valoradas tanto por equipos rectorales
como por equipos de canales o departamentales, se hallan la elaboración de un
plan estratégico; la identificación, visualización y difusión de buenas
prácticas; la consolidación de programas de formación y la definición y
dinamización de un modelo educativo propio. Así pues, se requieren cambios en
las políticas y estructuras de las instituciones universitarias.
En
segundo lugar, a nivel docente, en tanto que la atención se focaliza en el
aprendizaje más que en la enseñanza y en el rol activo por parte del alumno
para construir su conocimiento, esto nos obliga a un cambio cultural que pasa
por…
·
Revisar el modo
en que entendemos nuestra función docente.
·
Pasar de
transmisores de contenidos a facilitadores de oportunidades de crecimiento.
·
Pensar tanto en
el “qué” queremos que aprendan los alumnos como en el “cómo” creemos que pueden
aprenderlo y, por supuesto, en el “para qué”.
·
Reducir
sesiones presenciales dedicadas al conocimiento conceptual sobre el que
tradicionalmente pivotaban muchas asignaturas para buscar vías de apropiación
del mismo a partir de trabajo autónomo (permitiendo así que las sesiones
presenciales se dediquen al aprendizaje cooperativo, al debate, a la construcción
de conocimiento).
Nada
de esto es nuevo: ya veníamos trabajando en esta línea, por lo que hemos de
partir de rescatar aquello que ya hacíamos y que nos sirve y darle una
dimensión colectiva, buscando con los compañeros sinergias que lleven a diseños
curriculares más coherentes y sostenibles, tanto para nosotros como en términos
de carga de trabajo que suponen para el alumnado. Quizá lo verdaderamente nuevo
sea un cambio de mirada: pasar de los planes de estudio construidos a partir
del sumatorio de fragmentos yuxtapuestos (que llevaban a que el alumno, al
finalizar sus estudios, hubiera atesorado una cantidad de conocimientos, a
veces inconexos y a veces poco significativos) a los diseños curriculares que
parten del perfil de graduado que deseamos. Este perfil (que no debe de ser
sólo profesional) es el que nos compromete a todos y cada uno de nosotros como
profesores y se trata de desagregar las competencias que caracterizan ese
perfil, de modo que pensemos conjuntamente cómo podemos contribuir desde cada
materia (y, finalmente, si procede, desde cada asignatura) a que el alumnado
desarrolle dichas competencias. Por lo tanto, desde el conocimiento de cada
asignatura (en la base de la competencia se halla el conocimiento!) se trata de
ofrecer experiencias de aprendizaje que permitan progresar en el desarrollo de
las competencias seleccionadas. Para ello…
·
Hay que ser
cuidadoso en el diseño de dichas competencias (se puede partir del libro blanco
elaborado para el grado, pero también se hacen necesarios otros documentos como
las competencias transversales por las que cada universidad haya apostado o
estudios y análisis que se hayan realizado para ese contexto y que ayuden a
perfilar el egresado que se desea formar). A partir de estos documentos sería
interesante seleccionar pocas competencias, tanto específicas como
transversales, pero muy relevantes.
·
Hay que ser
conscientes de que no todas las asignaturas trabajarán todas las competencias,
por lo tanto, que cada materia o, si procede, asignatura se comprometa a
ofrecer oportunidades de desarrollo únicamente de aquellas que, por la lógica
de su disciplina, por la metodología que utiliza, por su situación en el plan
de estudios,… puede realmente trabajar.
·
Hay que
asegurar que cada competencia es promovida desde diferentes cursos y campos de
conocimiento, diseñando una suerte de escala en la progresión de dicha
competencia, estableciendo niveles de competencias. Para ello puedo utilizar
rúbricas o matrices de valoración y pensar qué nivel de la escala de la rúbrica
sería deseable que los alumnos alcanzasen en un curso inicial y qué otro nivel,
más elevado, deberían mostrar al finalizar sus estudios.
·
A la vez, si la
formación posee itinerarios o “especialidades”, hay que velar por asegurar que
las competencias más definitorias de ese itinerario sean especialmente
trabajadas desde las asignaturas que lo conforman.
5.
Implicaciones de los diseños por competencias en el rol del profesorado
Trabajar
por competencias nos obliga a revisar las nuestras para mejorar nuestros
conocimientos, capacidades y actitudes a fin de lograr una mayor competencia en
temas pedagógicos.
Por
una parte, respecto a la planificación, puede que cada institución
ofrezca sus modelos para la elaboración de los planes docentes[3]. A la vez, disponemos ya de numerosos ejemplos
(Bernal, 2006; Zabalza, 2004; Yáñiz y Villardón2006; Zabalza, 2007) que nos
pueden ayudar a una planificación por competencias. Sin embargo, más allá de
los instrumentos para lograrla se requiere un cambio cultural que supere la
fragmentación disciplinar y que permita una integración de saberes y una
planificación conjunta.
Por
otra parte, respecto al cambio de metodologías, algunas universidades
poseen sus propias guías (por ejemplo, la URV[4]) que nos ayudan a conocer las posibilidades de las
diversas propuestas metodológicas. Sin embargo, más allá de conocerlas (para lo
cual nos puede servir la aportación de Fernández, s/f) y de tener destrezas
para ponerlas en práctica, para ser realmente competentes en este campo
deberemos tener también una actitud proclive al aprendizaje activo por parte
del alumnado (Imbernon y Medina, 2005; Prieto, 2008) y asumir la transición de
nuestro rol de instructores (aunque quizá ningún profesor ha sido nunca
simplemente instructor) a nuestro rol de facilitadores de aprendizajes.
Trabajar por proyectos, con simulaciones, casos, PBL (Aprendizaje Basado en
Problemas), aprendizaje cooperativo, introduciendo portafolios, wikis, blogs,
prácticas de diversos tipos, mini-congresos o simposios,… no es, en definitiva,
nada nuevo. Se trata no sólo de pensar qué conocimientos “conceptuales”
aprehenden los alumnos con estas actividades sino cómo los aprenden y de
ensayar, en lo posible, propuestas que tengan una dimensión colectiva (que no
nos lleven a fragmentar el aprendizaje a partir de un sumatorio de pequeñas
tareas múltiples para cada asignatura, cosa que desvirtuaría el sentido de una
propuesta de aprendizaje significativo y, a la vez, daría la sensación de
parcelación y, posiblemente, de desproporción, al alumnado.
Respecto
a la tutoría del alumnado, la selección y creación de materiales didácticos, el
uso de recursos tecnológicos al servicio del aprendizaje,… nuestro papel
también incrementará.
Finalmente,
respecto a la evaluación nuestra actividad –y nuestra cultura- deberá ser
decididamente diferente. Este es el aspecto que, en ocasiones, queda más
descuidado y que, por tanto, vamos a abordar en el siguiente punto con mayor
detalle.
6. La
evaluación por competencias: el elemento clave
Para
abordar la evaluación de competencias, deseamos hacer referencia a un doble
marco: la concepción de evaluación y la concepción de competencia que ya hemos
abordado anteriormente.
En
primer lugar, respecto a la evaluación en la educación superior, tomamos como
puntos de partida las siguientes consideraciones
·
La evaluación
se halla en la “encrucijada” didáctica, en el sentido de que es efecto pero a
la vez es causa de los aprendizajes. En palabras de Miller, la
evaluación orienta el currículum y puede, por lo tanto, generar un verdadero
cambio en los procesos de aprendizaje. Barberá (1999), Allen (2000), McDonald
et al. (2000) Dochy et al. (2002) o Bain (2006) nos han ayudado a entender que
la evaluación no puede limitarse a la calificación (sino que ésta es un
subconjunto de la evaluación); no puede centrarse en el recuerdo y la
repetición de información (sino que se deben de evaluar habilidades cognitivas
de orden superior) y que no puede limitarse a pruebas de “lápiz y papel”, sino
que se requieren instrumentos complejos y variados.
·
La evaluación
debe de constituir una oportunidad de aprendizaje y utilizarse no para adivinar
o seleccionar a quien posee ciertas competencias, sino para promoverlas en
todos los estudiantes. Esta dimensión formativa formulada por Scriven ha
sido abordada ampliamente en los últimos años por Hall y Burke(2003) y Kaftan
et al. (2006).
·
La evaluación
por competencias nos obliga a utilizar una diversidad de instrumentos y
a implicar a diferentes agentes. Tenemos que tomar muestras de las
ejecuciones de los alumnos y utilizar la observación como estrategia de
recogida de información sistemática. Ésta puede acompañarse de registros
cerrados (check-list, escalas, rúbricas) o de registros abiertos, y puede
hacerse por parte del profesorado, por parte de los compañeros o por parte del
propio estudiante (o por todos ellos, en un modelo de evaluación de 360º), pero
en cualquier caso debe proporcionar información sobre la progresión en el
desarrollo de la competencia y sugerir caminos de mejora. En este sentido,
autores como McDonald et al (2000), Stephen y Smith (2003), Scallon (2004),
Gerard (2005), Laurier (2005), De Ketele (2006) o Gerard y Bief (2008) han
realizado un análisis de lo que son los diseños por competencias y de lo que
implica la evaluación por competencias.
·
La evaluación
ha de ser coherente con el resto de elementos del diseño formativo, ha
de hallarse integrada en el mismo. Por ello las experiencias metodológicas más
coherentes con los diseños por competencias, como son las simulaciones, los proyectos,
el PBL,… llevan asociadas actividades evaluativas muy relevantes para la
evaluación por competencias. Los trabajos de Segers y Dochy (2001) o de Gijbels
et al. (2005) han resultado muy ilustrativos en este punto.
·
La evaluación
ha de hacer más conscientes a los estudiantes de cuál es su nivel de
competencias, de cómo resuelven las tareas y de qué puntos fuertes deben
potenciar y qué puntos débiles deben corregir para enfrentarse a situaciones de
aprendizaje futuras. Este proceso de autorregulación, tratado, entre
otros, por Boekaerts, Pintrich y Zeidner (2000) va a ser esencial para seguir
aprendiendo a lo largo de toda la vida (Life Long Learning) y, constituye en sí
mismo, una competencia clave.
En
segundo lugar, respecto a lo que entendemos por competencia, de las múltiples
definiciones aportadas podemos extraer los elementos más reiterativos. Una
competencia implica…
1.
Integrar
conocimientos: ser competente supone no sólo disponer de un acervo de
conocimientos, habilidades, capacidades, actitudes,… sino saberlos seleccionar
y combinar de forma pertinente.
2.
Realizar
ejecuciones: ser competente va ligado al desempeño, a la ejecución; es
indisociable de la práctica.
3.
Actuar de forma
contextual: no se es competente “en abstracto” sino en un contexto (espacio,
momento, circunstancias) concreto. Se trata, pues, de analizar cada situación
para seleccionar qué combinación de conocimientos necesito emplear
(desestimando otras posibilidades que no resulten pertinentes).
4.
Aprender
constantemente: la competencia se adquiere de forma recurrente, con formación
inicial, permanente y/o experiencia en el trabajo (o fuera de él). Por ello se
halla en progresión constante.
5.
Actuar de forma
autónoma, con “profesionalidad”, haciéndose responsable de las decisiones que
se tomen y adquiriendo un rol activo en la promoción de las propias
competencias.
Si
nos preguntamos por las consecuencias que los diseños por competencias tienen
sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje y, especialmente, sobre los
procesos de evaluación, podemos sintetizar estas implicaciones en la tabla
siguiente:
Veamos estas implicaciones de modo separado:
1.
La integración
de conocimientos puede hacerse de modo especialmente interesante en los
proyectos finales o en las experiencias de prácticas externas, las cuales constituye
un escenario privilegiado para que el alumnado integre y aplique conocimientos
(Tejada, 2005), aunque debemos estar atentos para que no suponga la
reproducción de roles estereotipados y mecánicos, como alerta Pérez Gómez
(2007). En este marco se pueden aplicar modelos de evaluación de 360 grados,
donde se combina la autoevaluación con la evaluación del supervisor, del tutor,
de los compañeros e incluso, si procede de los usuarios que reciben las
consecuencias de la actuación del estudiante en prácticas. Sin embargo, tampoco
podemos “dejar recaer” la evaluación de competencias en esos marcos puesto que
si ésta resultase no ser satisfactoria, ¿qué medidas deberían tomarse para
garantizar que ese alumno las adquiera? Al ser períodos de final de estudios no
nos deja margen para la evaluación formativa a lo largo del grado.
2.
Las ejecuciones
deberán evaluarse, en su proceso y como producto. Por ello la observación,
acompañada tanto de registros cerrados (listas de control, escalas de valoración,
rúbricas) como de registros abiertos (diarios, registros anecdóticos, registros
observacionales sistemáticos) (Padilla, 2002), puede ser una estrategia de
recogida de información indispensable para la evaluación de ciertas
competencias. Es decir: La mejor forma de evaluar competencias es poner al
sujeto ante una tarea compleja, para ver cómo consigue comprenderla y conseguir
resolverla movilizando conocimientos. Los instrumentos de evaluación empleados
no pueden limitarse a pruebas para ver el grado de dominio de contenidos u
objetivos sino proponer unas situaciones complejas, pertenecientes a la familia
de situaciones definida por la competencia, que necesitará por parte del
alumno, asimismo, una producción compleja para resolver la situación, puesto que
necesita conocimiento, actitudes, pensamiento metacognitivo y estratégico
(Bolívar, 2008, 184).
3.
El hecho de que
la competencia sea contextual, implica que se promuevan resoluciones en
diversos contextos (Villardón, 2006). Las empresas simuladas, las simulaciones
con la ayuda de la tecnología (e incluso, en algunos casos, con la ayuda de
actores), la resolución de casos, el aprendizaje por resolución de problemas,…
pueden ubicarnos en escenarios diferentes y ayudarnos a proyectar nuestros
conocimientos y a mostrar, en consecuencia, nuestro grado de competencia.
4.
La competencia está en constante evolución, se
actualiza constantemente. Lo que importa es, pues, progresar en su
desarrollo. Habrá personas que, por su capacidad innata o por su experiencia
laboral o personal ya posean ciertas competencias en mayor grado. Quizá un reto
que tengamos las universidades sea el de acreditar las competencias adquiridas
por vías no académicas, como ya sucede en otros países. Por ello las evaluaciones
diagnósticas toman gran importancia en la evaluación por competencias.
Hasta el momento quizá hayamos practicado poco la evaluación diagnóstica y, si
lo hemos hecho, probablemente hayamos intentado averiguar los conocimientos
previos del alumnado y/o sus expectativas sobre la materia. Como la evaluación
de competencias es difícil que pueda evaluarse únicamente con pruebas escritas
(requeriría observación, toma de muestras de ejecuciones del alumnado,…), quizá
la evaluación diagnóstica deba hacerse, sobre todo, a través de procesos de
autoevaluación (Brown y Glasner, 2003).
5.
La competencia
requiere actuar con criterio, revisando los procesos a cada paso y mejorando
constantemente nuestro trabajo. A lo largo de la vida necesitaremos aprender (y
desaprender) constantemente. Para ello, por una parte, necesitaremos la
capacidad de gestionar la información (competencia que interacciona muy
directamente con la competencia digital). Gestionar la información pasa por
reconocer que necesitamos dicha información, por disponer de estrategias para
localizarla, por extraerla, por organizarla y evaluarla. No es una mera
capacidad instrumental, es “tener criterio” para, según la finalidad y el
contexto, aplicar los conocimientos para buscar y aplicar la información que
deseamos. Pero más allá de la información, aprender a aprender es la
capacidad para proseguir y persistir en el aprendizaje, organizar el propio
aprendizaje, lo que conlleva realizar un control eficaz del tiempo y la
información, individual y grupalmente. Esta competencia incluye la conciencia
de las necesidades y procesos del propio aprendizaje, la identificación de las
oportunidades disponibles, la habilidad para superar los obstáculos con el fin
de aprender con éxito. Incluye obtener, procesar y asimilar nuevos
conocimientos y habilidades así como la búsqueda y utilización de una guía
(Martín y Moreno, 2007). Esta capacidad de autorregulación del propio proceso
de aprendizaje, tratada sobradamente por Boekaerts et al. (2000), nos lleva a
reflexionar cuál puede ser nuestro rol como profesores, que podemos desagregar
en dos tareas principalmente:
·
Por una parte,
tendremos que articular mecanismos de retroalimentación valioso (Nicol y
MacFarnale-Dick, 2006) que ayude a nuestros alumnos a aprender.
·
Por otra parte,
tendremos que establecer mecanismos y estrategias que ayuden al alumnado a este
proceso de tomar conciencia de qué aprende y cómo lo hace. Establecer
procesos de autoevaluación, de evaluación entre iguales (López, 2007), narrar
sus principales aprendizajes, llevar un diario, tener que verbalizar sus
principales dificultades, levantar actas de las sesiones de trabajo, trabajar
con cuestionarios KPSI y retomarlos al final de cada unidad didáctica,
establecer relaciones entre las actividades y los objetivos de la asignatura, o
elaborar portafolios (Giné, 2007) pueden ser algunas propuestas que mejoren
esta capacidad de autorregulación.
7. A modo de epílogo
Los
diseños por competencias, en el marco del proceso de Bolonia, constituyen un
tema controvertido. Para algunas personas esta nueva concepción pone en peligro
los conocimientos; para otras es una “moda”; para otras es simplemente una
nueva terminología, una apariencia o “fachada” diferente de los planes de
estudio para que, en la realidad, no cambie nada y todos sigamos haciendo lo de
siempre. Por ello es importante clarificar, como ya hemos indicado, que no se
trata de nada revolucionariamente nuevo. Siempre se han trabajado las
competencias puesto que hemos formado personas competentes.
Se
trata de una nueva lógica, de una nueva mirada, donde los currícula más que
alcanzarse a base de sumatorios de conocimientos disciplinares fragmentados se
diseñan a partir del perfil holístico de ciudadano[5] que deseamos formar pero donde los conocimientos de
cada disciplina siguen, por supuesto, manteniéndose. En la base de la
competencia está el conocimiento. Tendremos que preguntarnos qué tipo de
conocimiento y a través de qué tipo de experiencias de aprendizaje pero es
evidente que las competencias incorporan los contenidos, se construyen a partir
de los mismos.
Por
ello, el cambio está fundamentalmente en el “cómo” se pueden aprender los
contenidos (en un contexto donde la información es fácilmente accesible) y
afecta a la planificación, a la metodología y a la evaluación. Se requieren
nuevos marcos de trabajo, colegiados, donde tenga cabida el desarrollo de
experiencias de aprendizaje atractivas e integradas. Y todo ello ha de llevar
aparejado un cambio en la evaluación en la línea de lo que hemos señalado
anteriormente. Si cambiamos la evaluación (no sólo la instrumentación y los
agentes implicados, sino su propia lógica y la finalidad al servicio de la cual
la ponemos), probablemente cambiaremos todo el proceso. Pasemos de una
evaluación de los aprendizajes a una evaluación para los aprendizajes y
busquemos que ésta logre el impacto último que cualquier reforma educativa
debiera buscar: que nuestros alumnos aprendan mejor y estén más preparados para
afrontar el futuro.
Referencias
bibliográficas
Allen,
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[1] Este artículo
fue editado con fines didácticos para la Especialidad Competencias Docente para
la Educación Media Superior, UPN, marzo 2010. Tomado de “Profesorado”, Revista de curriculum y formación del profesorado”
en: http://www.ugr.es/~recfpro/rev123COL1.pdf
[2] Este interés nos llevó a solicitar un proyecto de investigación,
actualmente en curso, sobre “Evaluación de competencias de los estudiantes
universitarios ante el reto del EEES: descripción del escenario actual,
análisis de buenas prácticas y propuestas de transferencia a diferentes
entornos” (Referencia SEJ2007-65786/EDUC).
[3] Por ejemplo: Universitat de Barcelona (2006). Normes
reguladores dels plans docents de les assignatures per als ensenyaments de la Universitat de
Barcelona segons les directrius de l’Espai Europeu d’Educació Superior.
Universitat de Barcelona. Disponible a: http://www.ub.edu/comint/projdocent/docs/normes_reguladores.pdf
[4] Universitat
Rovira i Virgili (s/d). Guia de metodologies docents. Tarragona: Universitat Rovira i Virgili. Disponible a:
http://www.sre.urv.es/web/pled/modules/pla/gmd.pdf
[5] Existe el riesgo, del que hay que alertar, de sesgar
las competencias hacia un perfil sólo profesional. En esta línea, hay quien, en
los diseños por competencias, ve un discurso técnico, propio de una lógica
positivista, según la cual priman las competencias demandadas por contextos
laborales (Barnett, 2001) en detrimento de ciertas competencias
tradicionalmente “académicas”; es decir, donde lo que vale es el conocimiento
instrumental y, por tanto, existe el peligro de que ciertos aspectos humanistas
queden desatendidos. En este sentido hay que reivindicar que el perfil de
graduado integre todo tipo de competencias y que las demandas que nos llegan de
la sociedad no sean sólo laborales. Por ejemplo, las experiencias de
aprendizaje-servicio que algunas universidades están realizando son una buena
muestra de la incorporación de la posible relación universidad-sociedad más
allá de lo estrictamente laboral.
En la búsqueda de la mejora continua en lo que se refiere a la enseñanza centrada en el aprendizaje, resulta relevante que los avances tecnológicos deben ser incorporados al desarrollo educativo en todo país y en todos los niveles, lamentablemente no todos tenemos acceso a los medios tecnológicos especialmente en escuelas públicas, sin embargo considero que la tecnología está cada día más inmersa en sociedad y nosotros los docentes debemos tener en cuenta que para formar a nuestros alumnos en un mundo más competente, nos debemos de actualizar para estar a la vanguardia, y obteniendo así un mayor beneficio. También resulta evidente que en este imparable proceso de progreso tecnológico, la escuela debe jugar un papel primordial al ser, al menos por el momento, el lugar idóneo donde se propicia la actividad mental, principio del cambio sociológico. En este sentido, nosotros los maestros debemos preguntarnos, que tanto conocemos sobre los nuevos proyectos educativos en donde se lleven a cabo los nuevos avances tecnológicos y cómo nos está impactando en nuestro que hacer escolar.
ResponderEliminarPedro Ramos Balderas 237
Competencias Docentes
Saludos estimada maestra Luz Maria, me parece muy importante y muy completo su blog, sobre procesos evaluativos y en el desarrollo de competencias especificas y transversales..
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